Ante la desazón del país por el debate sobre los efectos de la crisis económica internacional, el presidente del Consejo de Ministros, Juan Jiménez Mayor, convocó a un diálogo luego de dos años de gobierno en que el oficialismo se negó a conversar con las demás fuerzas políticas y, por el contrario, se mostró más proclive a la confrontación. Frente a la iniciativa, el fujimorismo y el aprismo respondieron que se dialogaba, pero con la renuncia de Jiménez de por medio.
La conducta del oficialismo y la oposición nos demuestra que en nuestro sistema político nadie está dispuesto a arriar banderas en función del Perú. Las excomuniones y las heridas previas parecen pesar mucho más que el interés del país y se confirma el terrible abismo que existe entre el modelo económico y social que reduce la pobreza y la desigualdad y el accionar de los políticos. En una reciente entrevista de Lampadia, Felipe Ortiz de Zevallos, una de las reservas morales e intelectuales del país, señala que “la política, lamentablemente, se ha venido desenvolviendo por carriles poco vinculados a la economía y a la sociedad. Y es más pasadista que futurista”. (Ver entrevista a FOZ: El Perú está recuperando el tiempo perdido). En otras palabras, desnuda un pernicioso desenganche entre la política y la economía.
Pero las cosas no deben seguir así. El jefe de Estado reduce su popularidad de manera alarmante, el Congreso empeora su imagen y las demás instituciones tutelares tienen una alta desaprobación y, en medio de la crisis del sistema político, se presenta la desaceleración del crecimiento. La reducción del canon minero puede convertirse en el combustible para la demagogia de los extremistas –que se oponían frontalmente a las inversiones mineras- que agitarán a las “masas” para radicalizar a las regiones y provincias contra el gobierno central. Es necesario, pues, evitar un escenario de convulsión social que, ante la debilidad del Ejecutivo y el Congreso, podría crear serios problemas de gobernabilidad.
¿Cómo enfrentar esta situación? Es evidente que con la unidad, el consenso o concertación de la mayoría de peruanos. Por ejemplo, en un reciente comunicado de la CONFIEP se afirma que “hoy, el desempeño de la economía global se convierte en un factor de incertidumbre que requiere de mayor trabajo y unidad de todos los peruanos. Es tiempo de redoblar el esfuerzo conjunto, público y privado, para impulsar el desarrollo”. Es decir, es hora de que los peruanos pongamos a un lado nuestras diferencias y coloquemos sobre la mesa los intereses del país, la defensa de la democracia y la economía de mercado. Pero para avanzar en ese proceso se requiere el liderazgo y la convocatoria del Presidente Ollanta Humala en su calidad de primer magistrado del país. Ante una clara invitación al diálogo y la concertación, estamos seguros que todos responderían positivamente.
La desaceleración del crecimiento no implica la parálisis de nuestra economía, y mucho menos, que los peruanos estemos impedidos de realizar el potencial de desarrollo y bienestar general que hemos viabilizado durante los últimos 20 años. Sin embargo, puede ser el caldo de cultivo de los pesimistas y de los enemigos de las libertades políticas y económicas. No obstante, si todos los peruanos asumimos nuestra responsabilidad ningún radicalismo podrá amenazar nuestro modelo económico y social que sorprende al mundo por sus excelentes resultados en su desarrollo productivo, reducción de la pobreza y la desigualdad.