En el último año se hizo evidente que la izquierda peruana no podía seguir con las manos en los bolsillos y volteando la cara a la realidad: tenía que afrontar el hecho de que el milagro económico y social del Perú pulverizaba todos los presupuestos ideológicos con los que organizó su pensamiento en las últimas décadas. No solo se trataba de que el país había multiplicado por cuatro su PBI en los últimos diez años, sino que la pobreza había caído en la mitad y la reducción de la desigualdad era tan evidente que la propia Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) –de origen y evolución izquierdista– señaló que nuestro país era uno de los más igualitarios de la zona, solo superado por Uruguay.
De pronto, la izquierda se despertaba en un planeta extraño en el que el “neoliberalismo” o “el capitalismo salvaje” habían arrinconado de tal manera a la pobreza que solo países como China o India lo superaban en los éxitos contra la miseria.
El país ya no estaba para la zurda. Ya no se podía ocultar el mediodía. ¿Qué hizo la izquierda entonces? Los economistas y sociólogos que elaboraron el plan de la Gran Transformación empezaron a relativizar los logros económicos y sociales. Reconocieron que la pobreza se había reducido, pero no tanto; que la desigualdad también había caído, pero no tanto; que la desnutrición se batía en retirada, pero no tanto; que los mercados eran buenos, pero no tanto.
Pero donde la izquierda comenzó a temblar ideológicamente y a perder el control fue con la irrupción de un sujeto social inédito en nuestra historia: la aparición de una clase media emergente que hacía añicos los discursos de pobres contra ricos o la tradicional exclusión del mundo andino por el criollo. La mayoría del país empezaba a pertenecer a la clase media como resultado natural de la reducción de la pobreza y, de súbito, la izquierda estaba peleada con la Cepal, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, el mundo entero y las estadísticas oficiales.
En los países bolivarianos se maquillan las cifras (recordemos la inflación en la Argentina) y en el Perú se cuestionan los números oficiales respaldados por todos los organismos internacionales. Para la izquierda, pues, las matemáticas también tienen un contenido de clase.
En la medida de que los resultados del crecimiento económico se observan al primer golpe de vista y que la avalancha de efectos sociales favorables continuará, la izquierda esconderá la cabeza en el caparazón ideológico y acentuará su voluntad de escamotear los éxitos del modelo. Ya no se trata de negar sino de escamotear.
Honestidad intelectual obliga. En la Europa de la segunda mitad del siglo XX, cuando la consolidación de la clase media trituraba la predicción marxista acerca de que el capitalismo profundizaría la diferencia entre ricos y pobres, muchos intelectuales reconocieron el colosal error.
Algunos se suicidaron y otros evolucionaron hacia el ecologismo y otros istmos más sofisticados, pero ellos aceptaron el equívoco. Todo parece indicar que en el Perú los intelectuales de izquierda han decidido morir con la fe. No pueden aceptar el hecho de que los mercados se tragaron a la pobreza y que solo ampliando y profundizando la libertad económica se eliminará la miseria para siempre.
“El milagro económico y social pulveriza todos los presupuestos ideológicos de la izquierda”
“En los países bolivarianos se maquillan las cifras y en el Perú se cuestionan los números oficiales respaldados por la Cepal, BID y BM”
“Los mercados se tragaron a la pobreza y solo ampliando la libertad se eliminará la miseria para siempre”