Uri Landman
Para Lampadia
La semana pasada, viajé al país más grande del mundo para participar en una feria del rubro automotriz. A pesar que Brasil no es el país con más extensión territorial, ni el que más población tiene, los brasileros consideran que su país, es el más grande del mundo y tienen razones justificadas para pensar así.
Brasil es la décimo segunda economía más grande del mundo con un PBI de 1,600 billones de dólares en el año 2021. Es el país más extenso de América del Sur y el quinto a nivel mundial con 8.51 millones de kilómetros cuadrados. El 60% del mayor bosque tropical del mundo, el Amazonas, está contenido dentro del territorio brasilero.
Con una población de 215 millones de personas, Brasil es el séptimo país más poblado del mundo. Si bien se considera a Brasil como una economía emergente (es parte del grupo llamado BRICS), la distribución de la riqueza es muy desigual, ubicándose en el puesto 85 con un PBI per cápita de $ 7,518 (datos al 2021).
Parte de la riqueza del país proviene de sus recursos naturales. Brasil, es el segundo exportador del mundo de mineral de hierro, con 46.2 billones de dólares en el año 2021. Es el principal exportador de granos de soya con 39 billones de dólares en el 2021. Es el mayor exportador de azúcar con un monto de 10 billones de dólares, lo que representó unos 720 millones de toneladas o el 40% de la producción de azúcar a nivel mundial. Por supuesto, no nos podemos olvidar de uno de sus productos preferidos: el café, siendo Brasil el mayor productor de café del mundo con 62 mil sacos al año (más del doble del segundo lugar, Vietnam).
Brasil ha sido capaz de industrializar sus recursos naturales para darles un alto valor agregado. El sector industrial ha estado en constante crecimiento desde la década de 1930, cuando el gobierno de Getulio Vargas, decidió invertir en infraestructura, reglamentar el mercado de trabajo y poner en marcha diversas medidas que estimularon la industrialización.
El sector industrial representa el 17.6% del PBI y emplea el 19.9% de la población. La industria brasilera es tan avanzada que el país produce automóviles, trenes, aviones, maquinaria, entre muchas otras manufacturas de alta calidad.
Todas las exportaciones brasileras pueden salir al mundo gracias a las mega-obras en infraestructura que tiene el país, como carreteras, trenes, puertos y aeropuertos.
Un claro ejemplo lo tenemos en el aeropuerto de Sao Paulo – Guarulhos. Al aterrizar en este aeropuerto y ver sus dimensiones, nos damos cuenta que el concesionario del Aeropuerto Jorge Chávez, Lima Airport Partners (LAP), nos está haciendo el cuento cuando nos dice que el nuevo terminal único de pasajeros que se está construyendo en conjunto de la segunda pista de aterrizaje y de la nueva torre de control, convertirán a nuestro aeropuerto en uno de los más grandes y modernos de la región. Esta afirmación contrasta con la realidad de aterrizar en un aeropuerto como el de Sao Paulo, donde uno solo de sus terminales (de los tres que tiene) tiene la capacidad operativa de todo el Jorge Chávez, con su nuevo terminal y torre incluidos.
Al salir del aeropuerto comprobamos que no es necesario visitar Europa o Norteamérica para ver carreteras del primer mundo, con tres o cuatro carriles por cada sentido, con intercambios viales elevados y peajes automáticos. En Brasil, podemos manejar en una carretera de cuatro vías que nos lleva desde Sao Paulo hasta el puerto de Santos, pagando un peaje equivalente a 28 soles. La autopista “Rodovia dos imigrantes” tiene 72 kilómetros de extensión. La Pista Sur, que nos lleva al puerto tiene cuatro túneles, con dos de ellos de más de 3,000 metros de longitud bajo la “Serra Do Mar”. La construcción de esta autopista es una verdadera maravilla de la ingeniería brasilera.
Para movilizarnos dentro de la ciudad, se recomienda usar el Metro de Sao Paulo, el más moderno de la región. Este sistema de transporte masivo cuenta con 104 kilómetros de vías, en seis líneas que conectan 91 estaciones. La red del Metro transporta aproximadamente 8 millones de personas al día. La línea 17 del Metro, también conocida como Línea Ouro, no ha sido ajena a uno de los grandes problemas de Brasil, la corrupción.
La línea 17 debió ser inaugurada en el año 2014, sin embargo, hasta el día de hoy esta no ha sido terminada. Con un costo de 1,500 millones de dólares, el consorcio integrado entre otros por la constructora brasilera Andrade Gutiérrez, abandonó las obras en el año 2015. En el año 2016, la compañía del metro anuló el contrato aplicando millonarias multas al consorcio constructor, con la promesa de retomar las obras para concluir la línea. Promesas que no han sido cumplidas.
Es difícil entender por qué un país tan rico como Brasil, es una economía emergente en lugar de un país desarrollado. En mi opinión, la corrupción, es la respuesta a esta interrogante. Solo basta analizar el caso Lava Jato para entender el nivel de corrupción de todas las esferas del gobierno y del empresariado brasilero. Otra posible explicación es la falta de idoneidad de su clase política. ¿Cómo podemos explicarnos que un presidente izquierdista condenado por corrupción, como Lula Da Silva, haya sido elegido nuevamente para el cargo?
Si bien Brasil tiene innumerables desafíos por enfrentar, la lucha contra la corrupción y el populismo de sus gobernantes debe ser su prioridad.
Parafraseando a Pelé: “Ningún individuo puede ganar un partido por sí mismo”. Solamente si los brasileros se unen, podrán ganarle el partido a la corrupción. Lampadia