Por: Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022
Gestión, 14 de noviembre del 2023
“Tal vez Milei pruebe que los escépticos están equivocados, que termine ganando la elección e implemente reformas económicas sensatas”.
Los argentinos reformistas dudan de que su país cambiará, gane quien gane la segunda vuelta, este domingo. Es probable que Sergio Massa, el candidato oficialista, siga imprimiendo billetes pues tiene poco interés en desmantelar el sistema clientelista que imposibilita el crecimiento económico sostenido. Javier Milei, el libertario, tendrá poco respaldo del Congreso. No posee experiencia en política económica y quienes lo asesoran tienen ideas imprecisas de lo que necesita hacerse.
Argentina es un ejemplo extremo de una tendencia: el mundo ha olvidado cómo reformar. Según data del Instituto Fraser, un centro de investigaciones liberal, en las décadas de 1980 y 1990, la “economía intrépida” fue algo común, a raíz de la desintegración de la Unión Soviética (URSS), y muchos países considerados irreformables, como Ghana y Perú, mostraron lo contrario. Sus Gobiernos cambiaron reglas comerciales, fortificaron sus bancos centrales, redujeron sus déficits fiscales y vendieron empresas estatales.
Hacia la década del 2010, las reformas económicas se estancaron, y solamente un puñado de países, entre ellos Grecia y Ucrania, las ha implementado. La economía intrépida ha perdido popularidad porque se la necesita menos. Aunque las economías se han vuelto menos liberales últimamente, hay menos empresas estatales, los aranceles son bajos e incluso en Argentina, los sectores de consumo y telecomunicaciones son mejores que antes.
Pero ese declive también refleja la creencia generalizada de que la liberalización fracasó. En la imaginación popular, términos como “plan de ajuste estructural” o “terapia de shock” evocan la creación de Estados mafiosos en Rusia y Ucrania, y violaciones a los derechos humanos en Chile. En América Latina, “neoliberal” ahora es sinónimo de abuso; y muchos argentinos argumentan que los intentos de liberalizar la economía de su país en los años 90 provocaron una enorme crisis financiera el 2001.
Hoy, organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial (BM) están menos interesados que antaño en la economía intrépida. En Estados Unidos, un nuevo consenso mira con escepticismo los beneficios de la globalización, prioriza los intereses internos y favorece la repatriación de la industria. Al existir menos incordio de Occidente, otros Gobiernos se sienten menos presionados a reformar sus economías.
No obstante, la opinión de que la economía intrépida fracasó no resiste el análisis, ni siquiera cuando provocó penurias en el corto plazo. En los años 90, los tres países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) liberalizaron precios y sus mercados laborales, lo que les permitió pasar de ser miembros de la URSS a miembros de la Unión Europea (UE). En la década del 2010, Grecia aplicó muchas reformas exigidas por el FMI y la UE; hoy, la inversión extranjera directa está en aumento y se proyecta que su PBI crezca 2.5% este año —una de las mayores tasas en Europa—.
Hasta hace poco, muchos afirmaban que China había tenido éxito sin economía intrépida, pero su reciente debilidad económica, incluido un atribulado mercado inmobiliario, arroja dudas al respecto. De hecho, un reciente conjunto de investigaciones señala que la economía intrépida ha alcanzado sus metas. Por ejemplo, un estudio de Antoni Estevadeordal, del Georgetown Americas Institute, y Alan Taylor, de la Universidad de California en Davis, examinó el efecto de liberalizar aranceles a bienes de capital e intermedios, desde la década del 70 a la del 2000. El PBI anual de países liberalizadores aumentó en casi un punto porcentual.
En otro estudio, enfocado en América Latina, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Ilan Goldfajn, y colegas, admiten que si bien el crecimiento ha sido decepcionante, “sin medidas del Consenso de Washington, habría sido difícil, sino imposible, lograr estabilidad macroeconómica y recuperar acceso al financiamiento foráneo a fines de los 80 y principios de los 90”.
En la mayoría de países donde las reformas fallaron, el problema fue la falta de compromiso. En Ucrania, incluso antes de la pandemia y la invasión rusa, el PBI per cápita era menor que cuando colapsó la URSS; a principios de los 90 era claro que el Gobierno no estaba tomando en serio la economía intrépida. En 1993, un memo para el Banco Mundial escrito por los economistas Simon Johnson y Oleg Ustenko subrayó que “solo un conjunto de medidas más fuertes y radicales puede evitar la hiperinflación, pero ningún líder político parece dispuesto a adoptarlas”.
Lo que hundió a Argentina el 2001 no fue la economía intrépida, como generalmente se asume, sino sus persistentemente altos déficits presupuestales. Tal vez Milei pruebe que los escépticos están equivocados, que termine ganando la elección e implemente reformas económicas sensatas, incluyendo la liberalización comercial y laboral. Eso ayudaría inmensamente a su país y también demostraría al resto del mundo que hay una ruta a seguir. En conclusión, la economía intrépida es disruptiva, pero rinde frutos.