Entrevista a Steven Pinker, Psicólogo experimental y profesor de la Universidad de Harvard
El Comercio, 16 de noviembre de 2019
Psicólogo experimental y profesor de la Universidad de Harvard, Steven Pinker (Montreal, 1954) ha sabido llamar la atención de círculos políticos e intelectuales al defender la idea de que “el mundo está mejor que nunca y pocos lo saben”. Por supuesto, expresiones de este calibre lo han hecho acreedor de una legión de animosos fans y otros tantos detractores. Pinker defiende que, pese a todas sus imperfecciones, la realidad económica y social del mundo es mucho mejor de lo que pensamos, y señala que si pocos se enteran de ello es, en parte, responsabilidad del periodismo que no sabe encontrar la forma de hacer que las cosas buenas que pasan en el mundo sean noticia.
En su último libro “En defensa de la Ilustración” (Paidós, 2018) plantea lo siguiente: “Vivimos más años y la salud nos acompaña, somos más libres y, en definitiva, más felices; y aunque los problemas a los que nos enfrentamos son extraordinarios, las soluciones residen en el ideal de la Ilustración: el uso de la razón y la ciencia”. Y esas son las ideas que compartió en la charla que ofreció en Lima como parte de la gira Latinoamericana de SURA Summit. Luego, con más calma, pasó a conversar con El Comercio y a detallar algunas de sus más polémicas ideas.
—Usted dice que los seres humanos somos ahora mucho más felices, ¿pero no cree que esta idea se banaliza cada día al relacionarla con determinados estilos de vida –algunos de ellos muy costosos– bajo el mandato de seguirlos so pena de no ser felices?
La felicidad en general se correlaciona con la prosperidad. La gente que es más rica es más feliz, pero eso no significa que la felicidad tiene que estar ligada a cosas materiales. Hay ciertas tendencias en las que la gente está separando la felicidad de las cosas. La gente más joven en Estados Unidos es menos propensa a comprar carros y está más dispuesta a vivir en pequeños departamentos en la ciudad, ya no en casas grandes en los suburbios. Mucho de nuestro consumo, por ejemplo de música y televisión, lo hacemos en los mismos aparatos que usamos para ver noticias, el clima; entonces ya no necesitamos diferentes objetos porque todo entra en el mismo dispositivo. Y hay formas de felicidad que no dependen de la tecnología sino de estilos de vida y cosas como pasar tiempo con la familia. Sí, creo que hay un futuro donde la felicidad está menos ligada con el consumo material.
—¿Los periodistas somos aficionados a dar malas noticias?
Creo que sí. El periodismo inherentemente presenta una imagen negativa del mundo porque en un planeta donde viven millones de personas habrá cosas terribles pasando a diario y eso es lo que reportan las noticias. Los eventos positivos frecuentemente consisten en que nada pase: un país que está en paz, una ciudad que no está siendo atacada por terroristas, un país donde no están apareciendo epidemias. Muchas mejoras son graduales y tienen lugar en unos pocos puntos porcentuales al año, y eso puede ser invisible para los periodistas. Además, hay un periodismo que tiene la idea de que solo las malas noticias son periodismo serio.
—¿Qué cosa estamos perdiendo de vista al momento de dar noticias?
Por supuesto que el periodismo tiene que cubrir eventos negativos, tenemos que saber acerca de ellos, pero creo que hay un peligro si los eventos positivos no se dan a conocer, porque la gente puede volverse fatalista y creer que no hay nada que podamos hacer para mejorar el mundo. O pueden volverse radicales y pensar que nuestras instituciones no tienen esperanzas y están tan corruptas que solo deben ser derribadas. Me gustaría ver que el periodismo se vuelva no más feliz, sino más preciso: que reporte eventos en el contexto de las tendencias, con más datos y más desarrollo, en lugar de reportar solo lo que pasó ayer. Sondeos en distintas partes del mundo muestran que la gente está desinformada acerca de tendencias globales. Por ejemplo, cree que la pobreza global está creciendo. La gente es sistemáticamente negativa acerca del estado del mundo.
—Tal vez eso suceda porque a la gente la cotidianidad les habla de otra cosa. Por ejemplo, usted en su conferencia se ha referido a Chile, donde muchas personas protestan porque no están conformes con la forma en cómo el Gobierno ha llevado la economía, por más que las cifras macroeconómicas hacían ver al país como un modelo en América Latina.
Creo que nadie entiende realmente por qué hay repentinas protestas en Chile. Todos tienen una teoría, pero nadie las vio venir. Las protestas que vemos en muchos países no tienen nada en común en términos de las quejas de la gente. En Hong Kong, Beirut, Santiago o La Paz hay problemas muy diferentes. No es por negar que haya problemas en Chile, y que quizás se necesiten reformas, pero el descontento tiene que ver más con la percepción de la injusticia. La gente se enoja más si considera injusto, por ejemplo, que el Gobierno favorezca más a los ricos que a la clase media, baja o a los pobres.
—Pero esta comprensión de lo injusto nace al ver las diferencias entre las oportunidades que tienen ciudadanos de un mismo país. Hay desigualdades muy marcadas.
Sí, aunque… es muy difícil usar eso para explicar las protestas en Chile y no en países como Uruguay o Colombia, donde la tasa de desigualdad es muy alta. Es difícil de explicar por qué una protesta toma lugar en un sitio en comparación a otra protesta en otro momento.
—En su conferencia dijo que la corrupción era una manera natural de interactuar del ser humano. ¿Podría desarrollar la idea?
Sí, bueno, la corrupción es algo que encontramos en las instituciones modernas, que están hechas para trabajar con regulaciones, deberes y responsabilidades. Esto supone para el ser humano asumir un comportamiento distinto al que tenía cuando hacía negocios en las sociedades tradicionales. No es antinatural para mí hacer favores a mis amigos o a los miembros de mi familia. De hecho, en la vida diaria, se criticaría mucho a una persona que favorece a un extraño por sobre su familia; pero en el contexto de las instituciones, una persona que hace favores a su familia es corrupta. No hay que entender la corrupción como algo que daña la naturaleza humana, sino como la naturaleza humana misma.
— Ya, pero hace siglos se crearon instituciones y formas de gobierno para, en teoría, hacer que la sociedad funcione. Y los Estados y los funcionarios que las conforman deben asumir una responsabilidad con personas más allá de su familia. ¿Es algo contranatura asumirla?
Mi libro “En defensa de la Ilustración” sostiene que la Ilustración nos dio muchas instituciones beneficiosas para la humanidad, pero que son un empujón al lado oscuro de la naturaleza humana. En un ambiente tribal tiene sentido confiar en tu jefe, vengarse de quien te insultó, o dar recursos a tus amigos y familia. En una sociedad moderna, de 10 millones de personas, no. Y muchas de las instituciones de la ilustración: democracia, ciencia, corporaciones, universidades, tienen reglas que van contra la naturaleza humana y que nos hacen mejores.
— Usted ha dicho que su escribió “En Defensa de la Ilustración” porque cree que corremos el riesgo de que los valores de la ilustración sean derrocados. ¿No es un poco fatalista?
Preocuparse por una amenaza no es ser fatalista. Fatalista sería pensar que no podemos hacer nada. No habría escrito el libro si creyera que no hay nada que hacer, lo escribí para dar a conocer los beneficios de los valores de la Ilustración con la esperanza de que pueda persuadir a la gente.
No hay que entender la corrupción como algo que daña la naturaleza humana, sino como la naturaleza humana misma.
— ¿Cuáles son las amenazas a estos valores?
El fundamentalismo religioso, de movimientos que tratan de basar la moralidad en escrituras religiosas. Hay fuerzas nacionalistas que dicen que un país debería glorificar un grupo étnico o una raza contrariamente a beneficiar a todos los ciudadanos. El populismo, la idea de que la voz de la gente debería ser canalizada en un líder carismático, quien encarna directamente la virtud, contrariamente a los mecanismos y reglas y leyes de un gobierno democrático. Y hay un poco de amenaza en la idea que tienen diversos grupos que se reúnen por orientación sexual, razas, grupos étnicos, que siempre están en competencia, y creen que la forma de mejorar la vida es tomar el poder de unos y dárselo a otros, en oposición a mecanismos democráticos e igualitarios que traten a cada individuo con los mismos derechos y asignar poder de acuerdo al mérito, definido por procedimientos objetivos.
— ¿Por qué, estando a punto de entrar a la segunda década del siglo XXI, posiciones extremistas recuperan espacio en el mundo?
Creo que los movimientos populistas apelan a parte de la naturaleza humana que nunca desaparecerá: la que quiere glorificar a un líder fuerte, que prioriza a la tribu por sobre la humanidad como un todo, que achaca los problemas a gente mala en lugar de identificar fallas en el sistema que deben repararse. Creo que siempre habrá tensión entre los valores de la Ilustración y partes de la naturaleza humana que son canalizadas por el populismo. Pero dudo que el populismo sobreviva al futuro, porque muchos de nuestros problemas serán globales y no podemos solucionarlos compitiendo con otras naciones. Todos tendremos que lidiar con el cambio climático, pandemias, la migración, con crímenes cibernéticos, con dinero oscuro, millonarios escondiendo su riqueza, con la amenaza de una guerra nuclear. Todos estos son problemas que van más allá de las fronteras. El mundo presionará a los líderes para considerar los problemas globales. También las fuentes de soporte del populismo se están encogiendo. Suelen ser gente con menos educación, gente que está en áreas rurales, gente mayor. La gente mayor está muriendo y está siendo reemplazada por gente joven que se está moviendo hacia las ciudades. Creo que habrá fuerzas que empujarán hacia afuera al populismo a largo plazo.
— Ahora que habla del cambio climático, ¿cómo hacer que los gobiernos del mundo se lo tomen en serio?
Necesitamos hacer del clima un asunto más importante en la política. No sé cómo sea en el Perú, pero en Estados Unidos, en la cobertura de la elección del 2020, la discusión de qué candidato democrático es mejor para ir contra Trump no ha tenido casi nada de discusión del clima. Lo mismo la elección presidencial del 2016. Eternas discusiones sobre el servidor del mail de Hillary Clinton y nada sobre el clima. Odio culpar al periodismo, pero debería darle una prioridad más alta. Y hay otros problemas que nos hacen lentos en lidiar con el tema climático. Por ejemplo, la gente cree que se trata de un tema de la izquierda. Este fue un grave error del movimiento ambientalista, pues significa que cuando políticos de derecha llegan al poder, como Bolsonaro, Trump, el tema del clima es descuidado. No siempre fue así, el ambientalismo solía ser bipartidario. Quienes niegan el cambio climático no son ignorantes de la ciencia. Hay mucho de moralizar el cambio climático, culpar a las generaciones anteriores, culpar a las compañías de petróleo, culpar a la derecha, pero la humanidad ama y necesita energía. La energía limpia es la única manera de escapar de la pobreza. Y las partes del mundo que todavía son pobres van a consumir más y más energía, nadie los va a detener. Nadie va a detener a India, China, Indonesia y también Perú en explotar más energía.
— Parece que todavía hay un camino muy largo para llegar a tener energías limpias y baratas. No sé si esta generación apueste por eso. La que viene, tal vez.
¿Te refieres a gente que nació en la generación millennial, gente nacida después de 1980?… Sí y no. La generación millennial es mucho menos populista y está más preocupadas por el clima, pero también hay una actitud moralista de que hay malos grupos en el poder, y que hay grupos que no están en el poder, y que el progreso viene de quitar el poder a un grupo y dárselo a otro. Eso no va a ayudar con el clima, porque la gente sin poder también quiere energía. Entonces creo que el enfoque para el tema climático tiene que ser tecnológico. Eso no es todavía un tema mayor en el activismo climático entre la gente joven. No escuchas a Greta Thunberg diciendo “invirtamos más en tecnología nuclear de cuarta generación” No tienes a gente haciendo ‘lobby’ por el pago de impuestos de carbono.