Sergio Muñoz Rivero
El Mercurio – Chile
4 de noviembre, 2023
Daba la impresión de que el Presidente Boric iba a tener una actitud de prescindencia frente al plebiscito y que se limitaría a valorar que el proceso constituyente se haya realizado dentro de las normas pactadas por los partidos en el “Acuerdo por Chile”, en diciembre del año pasado.
Era, al cabo de tantas zozobras, lo más conveniente para su gobierno. Pero, de nuevo, hizo lo contrario. El martes 31 dijo: “Tal como la vez anterior, se impuso la mayoría circunstancial. Se cometieron errores y el texto no está ni cerca de ser de consenso”.
¿Qué significa “Tal como la vez anterior”?
¿Propone que comparemos la Convención con el proceso que termina?
¿Por dónde sugiere que empecemos?
Él no puede ignorar que, en condiciones democráticas, las mayorías son siempre circunstanciales. Lo fue, por supuesto, aquella que lo eligió mandatario hace casi dos años. Si empezamos a descalificar las mayorías por ser “circunstanciales” y, por ende, a cuestionar su legitimidad, entramos en un terreno pantanoso.
El nuevo proceso respetó los 12 bordes fijados por los partidos, y no hubo reclamos de transgresión ante el Comité Técnico de Admisibilidad.
Las reglas, por lo tanto, se cumplieron.
¿Qué objeta, entonces, el mandatario?
¿La falta de “consenso”?
¿Y cómo entender eso en un marco democrático, que supone zanjar los desacuerdos mediante votación?
Es evidente que el Consejo Constitucional no fue elegido por consenso. Y no tenemos la costumbre de elegir por consenso ni al Presidente de la República ni a los parlamentarios.
Sabemos cuál era la idea de Constitución que tenían en mente el mandatario y las fuerzas gobiernistas.
La campaña de La Moneda para conseguir la aprobación del texto de la Convención fue un hito de desinhibición y dispendio.
Para bien de Chile, el Rechazo del 4 de septiembre del año pasado no dejó dudas sobre el juicio mayoritario sobre aquel proyecto.
Sin embargo, Boric insistió en promover un segundo experimento.
Y ahora, es evidente que no le gusta el resultado.
Esperemos que su gobierno, que ya tiene demasiados problemas, no vuelva a actuar imprudentemente.
No hay esta vez un clima de crispación como en la campaña del plebiscito anterior.
El problema es más bien el fastidio de amplios sectores por la prolongada etapa de incertidumbre que todos sabemos cómo partió. La violencia, el miedo y el oportunismo político metieron al país en un atolladero que, literalmente, lo puso todo en riesgo.
Hoy, es más claro que, en octubre de 2019, hubo quienes buscaron provocar un quiebre institucional y derrocar al gobierno.
Que ahora venga el senador Quintana a amenazarnos con nuevos estallidos si se aprueba el proyecto del Consejo es, ciertamente, intolerable, y permite entender las turbias motivaciones con que actuaron algunos de los más activos promotores del reemplazo de la Constitución que lleva la firma del fundador del partido de Quintana. Recordemos que esa misma técnica del miedo se usó en la campaña del primer plebiscito: si no se aprobaba el texto de la Convención, vendría otro estallido. No hay duda de que las mayores dificultades que ha enfrentado Chile en los últimos años se explican por las miserias de la política.
Hay que cerrar esta prolongada etapa de confusión e inestabilidad, y la mejor vía parece ser la aprobación del nuevo texto, pese a los reparos de diversa naturaleza que se le han hecho.
Los pilares de la democracia representativa aparecen garantizados. Es legítimo que otra gente, que valora la estabilidad, considere que es preferible mantener la Constitución vigente. Lo risible es que algunos que repitieron durante mucho tiempo que era “la Constitución de Pinochet”, digan ahora que no está tan mal y que no es propiamente la del 80. En este terreno, hemos conocido las peores expresiones de demagogia y las más ominosas formas de silencio.
Gane una u otra opción el 17 de diciembre, el octubrismo ya perdió la batalla. Chile seguirá funcionando, con más o menos cambios, dentro del orden institucional que hoy existe. No habrá refundación. Será mejor, en todo caso, reducir el espacio de maniobra de quienes han usado la Constitución como pretexto para socavar lo mucho bueno construido. Ningún texto es, por sí mismo, una garantía frente a la deslealtad con la democracia. Esta solo puede sostenerse cuando cuenta con suficientes defensores resueltos.
Necesitamos afianzar la convivencia en libertad y hacer retroceder el populismo. Lo principal es fortalecer el régimen democrático y crear condiciones para que el país retome el camino del progreso. Lampadia