El escudo peruano muestra a los tres reinos de la naturaleza, representados por riquezas diferenciales de nuestro país en el momento de la independencia. El árbol de la quina era fuente de la quinina, que valía su peso en oro al ser el único remedio contra la malaria, una de las enfermedades más nocivas en 1821. Y mientras en Europa, Asia y África la riqueza la daban caballos, vacas, cerdos, camellos y cabras, en América solo había un tipo de mamífero autóctono doméstico grande, los auquénidos de los Andes, representados por la esbelta vicuña. La cornucopia mostraba el oro generado por el Perú, que era la riqueza del mundo a partir del siglo XVI. Quina, vicuña y minería se habían ganado su lugar en nuestra insignia.
Luego, a lo largo de la historia hemos tenido otros productos con los cuales fuimos únicos o primeros, como el guano, el salitre, el caucho y la anchoveta. Por eso, si se hubiera cambiado el escudo en función de la importancia de sus símbolos, probablemente hubieran merecido estar en él un ave guanera, un árbol cauchero y un cardumen de peces. Desgraciadamente, en casi todos ellos hemos perdido la primacía sea por desarrollo tecnológico (quinina sintética), competencia más eficiente (caucho en Asia), pérdida de territorio (salitre del sur) o mal manejo de los recursos (anchoveta). Salvo en la minería, donde aún somos importantes productores mundiales de algunos metales, no tenemos ninguna posición de liderazgo mundial. Nuestros íconos han sido muy frágiles… o no los hemos sabido defender de manera adecuada.
¿Y si tuviéramos que cambiar el escudo, qué pondríamos hoy?
De hacerlo, dado lo señalado más arriba, deberíamos primero cambiar el objetivo, para que en lugar de poner allí nuestros magros logros actuales, coloquemos aquello en lo que debemos esforzarnos para estar orgullosos frente al mundo en el futuro. Felizmente, por ese lado, encontramos muchos miembros potenciales al club de íconos nacionales.
Yo, por ejemplo, pondría allí a Machu Picchu, representando a la riqueza histórica del país, que debería convertirnos en un polo turístico mundial. También, y por la misma razón, representando a nuestro mestizaje, pondría a algún plato de nuestra variada gastronomía. Quizá mediante una papa nativa, colocaría a la agroindustria, competitiva por alta calidad más que por estandarización. Y no dejaría de lado a la buena minería, que tanto maltratamos a pesar de los logros que nos ha dado.
Sin duda mi lista se queda corta, por lo que invito al lector a hacer en este 28 de julio su propia lista de candidatos a figurar en el escudo. Probablemente así verá lo poco que hemos hecho por ese país que liberaron nuestros antepasados. Pero verá también lo inmenso de su potencial, que se hará efectivo si todos nos ponemos de acuerdo en aquello que debemos defender y hacer crecer. Para que nuestros hijos tengan, 200 años después, un escudo del cual puedan sentirse orgullosos. Felices Fiestas Patrias.