Algunos piensan que los optimistas respecto al desarrollo del país somos ingenuos, pues no vemos los grandes problemas que existen. En este 28 de julio del 2013, de manera personal quiero reiterar mi optimismo, porque, sabiendo que el vaso del desarrollo peruano se encuentra a la mitad, lo veo medio lleno y no medio vacío, porque la tendencia viene de menos a más y no a la inversa. Analicemos.
En los casi 200 años de vida republicana raramente hemos tenido 13 años de crecimiento continuo y de la magnitud actual. Por cierto, hay baches sobre todo relacionados con eventos de los países ricos, pero si antes, cuando ellos se agripaban, a nosotros nos daba neumonía, hoy ellos tienen neumonía y nosotros solamente un gran catarro. Eso se debe a que este crecimiento tiene un motor interno nuevo, inédito en nuestra historia.
Ese motor es el esfuerzo de la propia población. Así, más que por los gobiernos y autoridades, con actuación muy heterogénea, el crecimiento se genera por el esfuerzo de los millones de migrantes a las ciudades con sus empresas y economía creciente. Ellos generan la producción y la demanda interna que ayuda a la estabilidad.
Y si bien hubo cifras de crecimiento similar en las épocas del guano y el salitre, lo nuevo es que con él hoy disminuyen las distancias sociales. Falta muchísimo por hacer con respecto a la igualdad, pero nunca crecieron tanto las provincias y nunca como hoy la pirámide social empezó a convertirse en rombo, con menos pobres y más clase media.
Y somos optimistas, además, porque este crecimiento se da en democracia. Hemos visto ya crecimientos similares al comienzo de períodos dictatoriales, pero hoy crecemos con la crítica y el control de los poderes legislativo, judicial y electoral, y sobre todo con libertad de expresión. Y, más aún, se da en una democracia en la que los políticos tradicionales, izquierdas o derechas, están ausentes al no poder entender la esencia de los nuevos grupos sociales. No es el Perú de siempre.
Pero, ¿es posible ser optimista en situaciones como la reciente elección del Tribunal Constitucional y la Defensoría del Pueblo?
Es fácil allí ser pesimista, pero incluso eso da esperanza: la esperanza de ver cómo, por primera vez en mucho tiempo, la sociedad se moviliza para defender un principio democrático y no para hacer reclamos gremiales, y, dentro de todo, porque el Congreso supo oír el reclamo y dar marcha atrás, habiendo podido ignorarlo legalmente.
En fin, en estos días de fiesta republicana, reiteramos nuestro optimismo en ver que la tendencia del país va, consistentemente, de menos a más, en democracia y sustentada en el trabajo de la población, más que en factores externos o gubernamentales.
¿Qué todo eso puede detenerse? Por cierto que sí, si ese optimismo se convierte en triunfalismo que ciega, y también si dejamos que el pesimismo nos detenga o paralice, a diferencia del optimismo que nos da esperanza y aliciente para avanzar hacia el futuro deseado.
Falta muchísimo para tener un país donde todos los peruanos tengamos justicia y bienestar. El vaso está a la mitad, pero ello no debe desanimarnos de celebrar con alegría estas Fiestas Patrias. No olvidemos que, cuando San Martín proclamó la independencia, todavía faltaba trabajar para sellarla realmente, algunos años después, en la batalla de Ayacucho. El vaso se estaba llenando. ¡Feliz 28!
Publicado en El Comercio, 26 de julio del 2013