Dentro de unos días, Lima cumplirá 479 años de fundación española y se comenzará a hablar de lo mucho que ha crecido y de los grandes problemas de sus 9 millones de habitantes. De lo que poco se dirá es que en esta unidad social y geográfica que fundó Pizarro no existe unidad administrativa, sino más bien una serie de pequeños reinos que impiden el desarrollo armónico de la ciudad. Igual que España en 1535.
¿Pequeños reinos? Cierto, pues ¿de qué otra manera se puede denominar a una ciudad donde cada cierto número de cuadras diferentes normas definen las reglas de urbanismo, al punto que en una misma calle se pueden construir edificios de 20 pisos en un lado y en el otro solamente de 2? ¿Qué pensar de una zona geográfica donde cada autoridad cobra impuestos diferentes en montos y en motivos a los de sus vecinos?
Pero no se trata por cierto de un ‘patchwork’, ese tejido hecho con retazos de muchas telas, que siendo de diferente tamaño y color, al estar unidos funcionan como un gran manto cobertor. No. Sucede aquí que no solamente están desunidos, sino que muchas de las partes están en disputa constante con las otras. ¿Cómo llamar a una zona donde existen 43 cuerpos de policías diferentes e independientes entre sí, al punto que no pueden capturar a un ladrón que logra cruzar la frontera vecinal, pues se arriesgan a ser enjuiciados por sus pares? ¿Y qué decir de una ciudad donde algunos soberanos muchas veces buscan ampliar su territorio recurriendo hasta a peleas campales con los funcionarios y empleados de otro?
Pero, ¿no será que es necesario tener tantos reinos para una administración eficiente? No pareciera, pues así como unos cuentan hasta con un millón de habitantes, otros no llegan a algunos miles, y habiendo quienes tienen cientos de kilómetros cuadrados de extensión, otros pueden medir su territorio en decenas de cuadras. Y en todos se repiten los mismos gastos, que consumen recursos que podrían usarse en más limpieza o mejores pistas. Por el contrario, esta división contribuye a una mayor ineficiencia en los servicios esperados por la población, tal como sucedía en el mundo antes de que se formaran los esta dos modernos.
Y hablando de servicio, son verdaderos reinos porque tienen súbditos que dependen absolutamente de ellos, sin posibilidad de ir a otro lugar a buscar mejor trato. ¿Casos concretos? Miles y demasiado complejos para esta columna, pero con seguridad conocidos por el lector. Vía crucis para pedir permisos de funcionamiento de negocios, demoras inmensas para licencias de construcción, trámites insensatos para certificados de seguridad, o para hacer una fiesta vecinal. En fin, situaciones que otorgan un poder inmenso a las autoridades de estos reinos, y a sus subordinados que, al tener cautivos a ciudadanos y a empresas necesitados de su diligencia y celeridad, son bocado ideal para la corrupción, la que se da con demasiada frecuencia.
Por todo lo anterior, en este 479 aniversario de Lima es importante plantearse como tema prioritario la necesidad de resolver la gran ineficiencia que resulta de tener 43 coronas en el territorio. Porque hoy, más que una gran ciudad, en temas administrativos nos parecemos mucho a la península ibérica de la época de Pizarro, cuando los reyes de Castilla convivían precariamente con Valencia, Navarra y decenas de pequeños reinos vecinos.
Publicado en El Comercio, 10 de enero de 2014