Por: Roberto Abusada, Presidente del Instituto Peruano de Economía (IPE)
El Comercio, 13 de junio de 2019
El Comercio, 13 de junio de 2019
El 3 de mayo del 2018 más de 1.100 economistas firmaron una carta abierta al presidente Donald Trump y al Congreso norteamericano condenando la política proteccionista del presidente, enumerando sus consecuencias para el comercio mundial y el impacto nocivo para la economía de los EE.UU. en términos de costo de vida, el crecimiento económico y el empleo. Entre los firmantes figuraron no menos de 16 premios Nobel de Economía. En la carta citaron otra comunicación con los mismos argumentos, esta vez dirigida al Congreso en 1930 y firmada por 1.028 economistas, pidiendo que no se apruebe la ley proteccionista Smoot-Hawley Tariff Act diciendo: “El Congreso hizo caso omiso al consejo de los economistas en 1930, y los norteamericanos de todo el país pagaron caro el precio de ese error. Les instamos a que esta vez no cometan el mismo error” (mi traducción).
No cabe duda de que las peligrosas consecuencias de la guerra comercial desatada por EE.UU. se materializarán más temprano que tarde. La economía mundial muestra ya señales evidentes de desaceleración. Los indicadores globales de la actividad manufacturera vienen cayendo fuertemente desde el final del 2017 y en mayo pasado empezaron a anticipar una contracción. La creación de empleo mensual en la economía norteamericana ha caído a menos de la cuarta parte que al inicio del año. Las proyecciones del crecimiento chino para este y el próximo año han sido rebajadas por el FMI a 6,2% y 6%, respectivamente. Los países emergentes vienen igualmente mostrando los efectos de la desaceleración y la incertidumbre con devaluaciones y salida de capitales. En el caso del Perú el efecto más notable se ve en la caída de 19% del precio del cobre en los últimos 12 meses y en la retracción de la inversión privada no-minera por tres trimestres consecutivos.
A primera vista la postura comercial norteamericana parece incomprensible a la luz de la experiencia previa y las advertencias provenientes de las mentes más lúcidas de la ciencia económica. Sin embargo, resulta claro que la motivación subyacente a la actuación de Trump es la evidencia del avance económico, tecnológico y militar de China. La política comercial de EE.UU. ha sido convertida en una peligrosa arma geoestratégica. Más aun, el peligro de tal arma se acrecienta por la visión que tanto Trump como Xi Jinping, el presidente chino, tienen de sus respectivos países. Trump no hace esfuerzo alguno para ocultar sus intenciones de frenar el desarrollo chino y esgrime la amenaza comercial como herramienta multiuso en un patrón que está dispuesto a usar también con otros países. A finales de mayo amenazó a México con la imposición de aranceles (80% de las exportaciones mexicanas van a EE.UU.) si no llegaba a aceptar un plan para contener la emigración a EE.UU., y el lunes pasado amenazó en los mismos términos al Congreso mexicano si no ratificaba el plan acordado. Ahora vuelve a amenazar a China con nuevos aranceles si el líder chino no asiste para negociar con él a la cita programada para fin de mes en la reunión del G-20 en Japón.
Por su parte, Xi Jinping, a diferencia de Deng Xiaoping, el histórico líder y arquitecto de la reforma económica china, ha revitalizado el rol del Estado en la economía y ha acrecentado su poder haciendo que la Asamblea Nacional Popular cambie la Constitución para darle un mandato indefinido. China está empeñada en convertirse en el líder tecnológico mundial para el 2025 en áreas de semiconductores, inteligencia artificial y robótica, además de las industrias aeroespacial, farmacéutica y automotriz. China impulsa la conectividad regional con su iniciativa Belt and Road junto con inversiones globales incluyendo Asia, África y América Latina.
Trump quiere empujar a China a abandonar su “economía de Estado” y retornar a la orientación de mercado. En su propósito prescinde de la diplomacia y los canales institucionales. Acusa a China de robos de propiedad intelectual, y pugna por detener la transferencia tecnológica a la que se obliga a las empresas extranjeras. Quiere, además, que Wall Street deje de financiar a China. El reciente ataque a Huawei, el proveedor mundial de tecnología de información y comunicaciones, ha sido devastador. Para ello no ha dudado, al igual que en el caso de los aranceles punitivos, en emitir una orden ejecutiva que tiene fuerza de ley y que normalmente se aplica en casos especiales como emergencias o guerras.
En lo que se viene configurando como la clásica histórica pugna entre una potencia emergente y una potencia establecida, es posible que lo que estemos presenciando no sea una guerra comercial, sino los inicios de una nueva y larga Guerra Fría.