La integración profunda de cuatro países en la Alianza del Pacífico (el Perú, Chile, Colombia y México) representa la iniciativa más audaz y con mayores posibilidades para construir un gran espacio donde circulen libremente bienes, servicios, capitales y personas. Ello es posible porque comparten políticas económicas similares, sobre todo su vocación de integración al mundo expresada en numerosos tratados de libre comercio (TLC) con las economías más desarrolladas.
Unidos en la Alianza del Pacífico, los cuatro pueden convertirse en una potencia industrial, innovar conjuntamente y desarrollar tecnologías, exportar a terceros países usando insumos producidos competitivamente en cualquiera de sus países miembros, conseguir que fluya a su interior el talento de manera irrestricta. En suma, evadir la famosa “trampa del ingreso medio” (alrededor de unos US$14 mil por habitante, medidos en términos de paridad de poder de compra) que solo ha podido ser franqueada por la décima parte de los países que alcanzaron el equivalente a tal ingreso durante el último medio siglo, para convertirse luego en desarrollados.
La misma idea tuvieron Brasil y Argentina en 1985, cuando juntos promovieron la creación del Mercosur, pero el experimento sigue empantanado porque está formado por cinco países con políticas económicas dispares, además de proteccionistas con respecto al resto del mundo. Frecuente y vergonzosamente, el proteccionismo se vuelve en contra de sus propios socios, y niega así la visión y el sentido de su proyecto supuestamente integrador.
Pensábamos que nada de esto podía suceder en la Alianza del Pacífico. Sus miembros no requieren, por ejemplo, un arancel externo común frente a terceros países porque sus barreras al intercambio frente a los países más eficientes y competitivos del mundo han sido derribadas por los TLC. Tanto así que los cuatro presidentes de la Alianza del Pacífico han podido ya eliminar las barreras arancelarias para 92% de todos los productos y se han comprometido en llegar al 100% en el más breve plazo. Este vertiginoso avance y su gran tamaño en términos de habitantes y PBI hacen que la Alianza del Pacífico despierte ya una enorme expectativa en todo el mundo.
En medio de este prometedor escenario y al mismo tiempo que el presidente Juan Manuel Santos de Colombia proclama su voluntad de profundizar su integración al mundo buscando acceder al APEC, al que pertenecen ya sus otros tres socios, y a la OECD, surge el chantaje de los agricultores de los departamentos de Nariño, Boyacá y Cundinamarca, que apelan a disturbios y bloqueos de carreteras para demandar del gobierno frenar importaciones agrícolas de los países de la CAN y del Mercosur.
El presidente Santos, que aspira a reelegirse el próximo año, ha cedido al chantaje y ha impuesto salvaguardias a aquellas producciones agrícolas. Otros productores han demandado también protección para productos de acero y Colombia ha cedido imponiendo restricciones a las importaciones de productos de acero provenientes principalmente de México, otro de sus socios. Es decir, imitando la conducta que ha llevado al Mercosur a su estancamiento, Santos ha propinado un duro golpe a la credibilidad de la Alianza del Pacífico.
Se trata de un asunto grave –una especie de pecado original contra la promesa de la Alianza del Pacífico– que amerita la inmediata acción de los presidentes Ollanta Humala, Sebastián Piñera y Enrique Peña Nieto.
Nadie duda de que, en medio de la difícil situación política del momento preelectoral colombiano, el presidente Santos ha dado una clara muestra de debilidad ante el poderoso ‘lobby’ agrario y que su acción ha debilitado los pilares básicos de su propia política económica e internacional. Veremos pronto si en realidad Colombia reafirma lo que ha sido hasta ahora: un país abierto, con políticas públicas sensatas y modernas, o si deberá olvidarse de los TLC, la Alianza del Pacífico, el APEC y la OECD, retrocediendo al oscurantismo de la autarquía.