¿Qué tienen en común los pobladores de Pumapuquio con los de San Isidro? Ciertamente hay un mundo de diferencia en los niveles de vida y los servicios que gozan.
El caserío de Pumapuquio se ubica a 4.300 metros de altitud, en el distrito sur andino de Colquemarca, en Cusco. Es una puna donde el alejamiento, el olvido de las autoridades y la escasez de recursos han determinado niveles extremos de pobreza y analfabetismo. En cambio, San Isidro es el distrito con los mejores niveles de vida en el Perú.
No obstante esa distancia social, sus poblaciones tienen dos cosas en común. Ambas son peruanas. Y ambas leen los mismos libros. Lo descubrí cuando visitaba la feria semanal de Pumapuquio, donde una vendedora, sentada en el suelo, ofrecía cebollas, pilas, peines y tres libros (“El espejo del líder”, de David Fischman; “La vaca”, del colombiano Camilo Cruz; y un tercer libro también de Cruz). Poco después, de regreso en Lima, y mientras esperaba un semáforo en la avenida Javier Prado, un ambulante se acercó para ofrecerme los mismos libros de Fischman y Cruz.
¿Cómo explicar la coincidencia en los hábitos literarios entre dos mundos tan disímiles? La clave, creo, está en el mensaje de esos textos. Tanto Cruz como Fischman son misioneros de la autoayuda y el emprendedurismo.
Para Cruz, ‘vaca’ es una metáfora para las excusas e inhibiciones que frenan nuestras iniciativas y nos atan a la mediocridad. El que se levanta, el emprendedor, es el que se ha librado de sus vacas. Es el mensaje del sueño americano, de una sociedad que ha abierto las puertas para la iniciativa individual y donde el emprendedurismo es casi una religión.
Un antecesor de Cruz y Fischman fue el estadounidense Dale Carnegie, hijo de una empobrecida familia de agricultores en Misuri y quien tenía más en común con los pobladores de Pumapuquio que con los de San Isidro. Esa visión de la autoayuda y del poder de la psicología positiva para vencer obstáculos define la personalidad de un país joven.
¿País joven? ¿Acaso no somos un país milenario, atiborrado de huacas y de una cultura maniatada por estructuras del pasado? Pues no. La ancianidad del Perú es un mito que confunde la edad de sus huacas con la de su gente, y confunde también las escleróticas estructuras oficiales con la realidad de la calle. El peruano de hoy, y de las prácticas que rigen su vida, pertenece a un país no atado al pasado, sino a un país en pleno proceso de inventarse este.
El reinvento primero corrió la ola demográfica. Hace un siglo éramos tres millones de peruanos; hoy somos treinta millones. Como otros países jóvenes, somos un país de frontera y de migrantes, algunos de afuera –orientales, africanos, “turcos” y europeos–; la mayoría reubicados internamente, en la selva y las ciudades. La mitad de las tierras que hoy cultivamos no eran trabajadas hace sesenta años y las ciudades apenas existían. Hoy, solo una pequeña fracción vivimos donde vivían nuestros ancestros. El reto de ser migrante rejuvenece a un pueblo, obligándolo a inventar los medios y las reglas de vida que el no migrante más bien hereda, y también a defenderse con los consejos de autoayuda de Cruz y Fischman.
Publicado por El Comercio, 5 de agosto del 2013