Por: Richard Webb
El Comercio, 10 de marzo del 2024
“Lo que está faltando es una comprensión de lo que constituye o puede constituir valor económico para la mayoría de los ciudadanos”.
Repito la pregunta que publiqué hace un cuarto de siglo en un artículo con el título “¿Sólido, líquido o gas?”. Vuelvo al tema porque, en las últimas décadas, tanto el Perú como la mayoría de los países hemos logrado avances extraordinarios en los niveles de producción y consumo, una experiencia favorable y que deja mucho más en claro la naturaleza central de lo que es el desarrollo económico. Según las estadísticas de la ONU, el crecimiento económico mundial de las últimas tres décadas ha consistido abrumadoramente en una expansión masiva y cualitativa de los servicios.
Ni Adam Smith ni Karl Marx se imaginaron esa conclusión. Su idea, repetida por casi todos sus seguidores, era la de una actividad económica esencialmente física, dirigida a la multiplicación de bienes como son los alimentos y las manufacturas. La economía se entendía como una fábrica en la que la maquinaria recibía insumos físicos y los procesaba siguiendo leyes como las de los ingenieros. A pesar de sus diferencias políticas, Smith y Marx coincidían en cuanto al carácter estrictamente físico de lo que se entendía como producción económica. Si bien no existía aún el concepto de un producto nacional bruto en la estadística económica, el total económico imaginado por ambos pensadores se limitaba a los bienes físicos. Para Smith y Marx, los servicios no tenían valor económico. Así, el desarrollo previsto por ambos padres de la ciencia económica estaría reflejado solo en una fuerte expansión de la actividad manufacturera. Hoy, el concepto moderno de la economía incluye a los servicios, pero ha quedado flotando una idea de la superioridad o mayor importancia de los productos físicos de las fábricas.
Hoy nos referimos frecuentemente a la industrialización como instrumento y objetivo principal del desarrollo económico, y para muchos la industrialización es casi un sinónimo del desarrollo. Sin embargo –y haciendo caso omiso a la opinión de los economistas– el motor principal del crecimiento económico reciente ha sido el sector servicios. En los países de la OCDE, por ejemplo, la producción industrial genera apenas el 15% del producto total de esos países, mientras que el valor de los servicios producidos en esos países fue el 70% del valor total de sus economías. En muchos de los países más desarrollados, por ejemplo, el crecimiento de los servicios explica la mayor parte de su crecimiento durante las últimas décadas.
Lo que está faltando es una comprensión de lo que constituye o puede constituir valor económico para la mayoría de los ciudadanos. Mi hipótesis para explicar el crecimiento de los servicios que se registra tanto en los países más desarrollados como en los de menos desarrollo es el aumento que se ha producido en las últimas décadas en la demanda y en la oferta de servicios específicos, y por dos cambios muy grandes en la vida humana. Primero, la elevación general de los niveles de vida, lo que está permitiendo un mayor gasto en lo que hasta poco antes constituían “lujos”. Y, segundo, por la mayor capacidad para ofrecer servicios que resulta de la urbanización, o sea, de la cercanía física que abre múltiples posibilidades para la oferta y para la adquisición de servicios valorados pero que requieren el contacto rápido y barato entre demandante y ofertante y que ahora es posible en el contexto urbano. La cercanía urbana ha multiplicado la posibilidad de un intercambio, sea amistoso o sea pagado, que permite que personas reciban o compren conocimientos puntuales, ideas, tratamientos, ayudas parciales, sea a través de formatos formales, como academias o asesorías, sea por relaciones sociales de amistad o de creación de vínculos informales.
De una u otra manera, la vida urbana –hoy multiplicada en forma gigante– está haciendo posible una explosión de intercambios, especializaciones y segundos trabajos, sumados a los servicios más formales de empresas grandes y del gobierno, que también se vuelve posible en la medida en que los costos de los intercambios han sido sustancialmente abaratados por la cercanía.