En el firmamento de la demografía peruana, nace una nueva estrella – el pequeño centro poblado. Hoy la población crece más rápido en el pueblito que en Lima u otras ciudades importantes. Los pequeños centros poblados vienen creciendo a 4.2 por ciento al año, mientras que Lima y las ciudades grandes crecen apenas 1.6 por ciento al año. Poderosas ciudades como Trujillo, Huancayo, Arequipa y Cajamarca pueden estar todo lo orgullosas que quieran por tener ahora sus propios centros comerciales y su propia congestión de tráfico, como verdaderas ciudades de pantalón largo, pero en términos de número de personas, más dinámicos son los pueblitos.
Los campeones absolutos son los centros poblados de la sierra, que se vienen expandiendo en 4.5 por ciento al año, casi tres veces el crecimiento anual de Lima y cuatro veces la expansión anual de Arequipa. Pueblos serranos como Lircay en Huancavelica y Urubamba en Cusco, que no hace mucho eran lugares somnolientos, polvorientos, casi sin vehículos, hoy cuentan con semáforos, no sólo como símbolo de estatus sino porque los necesitan.
El éxodo masivo del campesino en busca de una mejor vida empezó en los años cuarenta y cincuenta y se dirigió de preferencia a Lima u otra gran ciudad. Dio lugar a una expansión vertiginosa y caótica que alcanzó tasas de entre cuatro y cinco por ciento al año. Hoy, las ciudades siguen creciendo, pero mayormente como resultado de su propia reproducción. La corriente migratoria desde el campo continúa pero el viaje se ha vuelto más corto. Más y más llega sólo hasta el pueblo vecino.
Contra todo pronóstico, la ubicación del futuro soñado para gran parte de la población parece haberse trasladado a los pueblitos vecinos que, hasta hace poco, eran lugares pobres, atrasados, faltos de servicios, y a todas luces, de poco futuro. Al pueblito se le consideraba casi un símbolo de lo anti-moderno, sin posibilidad de sustentar un tamaño de mercado requerido para la especialización productiva o para justificar servicios de alto nivel.
No se previó el efecto de la llegada de servicios. Mientras el pueblo no tenía camino, ni posta, ni teléfono, ni electricidad ni colegio secundario, para el agricultor era más lógico quedarse en el campo cerca de sus cultivos y animales. Pero cuando todos esos servicios empezaron a llegar a los pueblos, sobre todo a partir de los años noventa, se justificó un traslado residencial al pueblo. Los caminos y la presencia de vehículos permitían una coexistencia entre el predio y una vivienda en el pueblo.
El pueblo de hace un siglo era una residencia para autoridades y terratenientes, y le daba la espalda al campesinado. Hoy, se vuelve un aliado estratégico del campesino, como fuente de insumos y de asistencia técnica, mercado para los cuyes, quesos, huevos, leche, verduras y otros productos del campo, oportunidad para complementar la chacra con pequeños negocios no agrícolas, acceso a educación superior y servicios de salud, y como lugar menos solitario para la vida de los jóvenes. Sobre todo, la supervivencia y hasta renacimiento del pueblo representa el valor de la cercanía – como la de la bodega de esquina que co-existe con el supermercado.