Por: Richard Webb
El Comercio, 22 de octubre del 2023
“Hoy, el gobierno publica cifras de inflación mensuales, pero sus números necesariamente dependen de decisiones arbitrarias en cuanto a la importancia –o “peso”– de cada producto, pero ¿cuál es el peso correcto para ese cálculo, el de ayer o el de hoy?”.
En medio de las múltiples emergencias nacionales y mundiales que traen las noticias diarias, es difícil registrar y sopesar eventos que avanzan lentamente, entre ellas la invasión de los números. Hoy, la economía se asocia con los números, pero la estadística era casi desconocida en la vida pública cuando yo realizaba mis estudios profesionales a mediados del siglo pasado. Existía una oficina nacional de estadística, pero su trabajo era limitado y lento y varias entidades se ocupaban de registrar las cifras necesarias para su labor particular.
Así, el BCR era la entidad que se ocupaba de calcular el PBI anual porque esas cifras eran necesarias para la política monetaria. Justamente, mi primera responsabilidad profesional en el BCR consistió en dirigir esa labor estadística, labor que fue interrumpida durante el gobierno militar. Cuando se restableció la democracia y volví al BCR, fui sorprendido el primer día con la entrega de una “Nota estadística semanal” que llevaba el sello de “Confidencial” y llevaba el número de “lector privilegiado” que se me había asignado para permitir que mis ojos compartieran esa información privilegiada. Mi primera orden como presidente del BCR, entonces, fue autorizar la publicación abierta “democratizando” así esos datos.
Otro contacto con la estadística sucedió cuando decidí estudiar la distribución de ingresos en el Perú como tema para mi tesis doctoral. Debo explicar que casi todo trabajo sobre ese tema recurre a la medición de un “coeficiente Gini”, un número entre cero y uno que resume la desigualdad económica en una población. Sin embargo, mi objetivo no era ponerle nota moral al país sino descubrir las diferencias regionales y ocupacionales que creaban desigualdad. Esto fue un trabajo que serviría de guía práctica para el diseño de una política de reducción de la desigualdad. El número Gini, si bien se presta para una toma de posición política, es poco útil cuando se trata de definir los detalles del dónde y para quién de diversas medidas de gobierno. La tesis fue premiada y publicada por la universidad y siempre he creído que fue valorada más como guía técnica para el diseño de políticas redistributivas que como un simple grito de protesta política.
La impaciencia política y el anumerismo se combinan con frecuencia para producir engaño, incluyendo el autoengaño. Así, el punto de partida normal para definir una política es la evaluación del pasado, pero en el caso de la variable económica más importante –el PBI– el crecimiento logrado depende del valor que se le asigna a cada producto. ¿Pero corresponde asignar el valor que tenía antes? ¿O el valor actual? Usemos como ejemplo el precio de una llamada de teléfono: recuerdo que de niño asistía a un colegio en otro país y que una llamada al Perú era tan cara que mis padres limitaban la conversación a tres minutos. Hoy, esa misma llamada es casi gratis y es posible hablar una hora sin preocupación. ¿Cuánto ha aumentado la “producción” telefónica? A los precios de hoy, el aumento es pequeño: a los precios de mis años de colegio, el crecimiento del PBI telefónico es gigantesco.
El mismo problema afecta el cálculo de la inflación, pero con consecuencias quizá mayores debido al uso de esas cifras para fines contractuales. Hoy, el gobierno publica cifras de inflación mensuales, pero sus números necesariamente dependen de decisiones arbitrarias en cuanto a la importancia –o “peso”– de cada producto, pero ¿cuál es el peso correcto para ese cálculo, el de ayer o el de hoy?
Curiosamente, hay una estadística que para mí debería figurar en el centro de toda evaluación del desarrollo económico del país, pero que pasa desapercibido. Me refiero a la expectativa de vida –el promedio del número de años que vive la gente–. Es sabido que ese número ha aumentado enormemente en todo el mundo. En el Perú, la cifra actual –77 años– es aproximadamente el doble de su nivel hace dos siglos, y cercano al nivel promedio que registran los países europeos y asiáticos de la OCDE. Hoy tenemos el doble de años, algunos dirán “para sufrir”, y otros –incluido yo– dirán “para gozar” esta vida.