Por: Richard Webb, Director del instituto del perú de la USMP
El Comercio, 10 de junio de 2018
Viajando de Cusco a Sicuani me pregunto, ¿cuándo termina la ciudad? La señalización –innovación reciente en la sierra– ahora abunda, aclarando cada centro poblado y cada ruta secundaria que levanta vuelo desde la carretera para dirigirse hacia pueblos en las punas, pero sigo esperando la sensación de haber salido de una urbe, con su trama de calles, instrucciones de las autoridades y tráfico denso. El camino anuncia sucesivos centros poblados pero más que los nombres individuales la impresión es de un continuo de construcciones de dos o tres o cuatro pisos a medio terminar, talleres, grifos, boticas, silos, y las I.E., instituciones educativas que siempre destacan por su tamaño, similitud y reciente construcción, panorama caótico que ya conocemos de los barrios nuevos de Lima y Arequipa. Al final la llegada a Sicuani es como la entrada al último barrio de un Cusco extendido, quedando frustrada la expectativa de un par de horas de delicias campestres entre dos ciudades.
Este fenómeno de ciudad salchicha, que se prolonga y que te persigue a lo largo de una pista o quebrada, no es nueva. Ha sido la experiencia de Lima que hoy se estira desde Pisco hasta Barranca, invadiendo cada quebrada que encuentra. Se presenta también en Huancayo, que se extiende a lo largo de su valle, y empieza a engullir a Jauja, antigua capital del Perú, ni hablar de Concepción y otros pueblos en ese trecho. La urbanización oportunista, especialmente la que se alarga aprovechando los caminos de llegada y salida, se repite en escala menor en los pueblos más pequeños de todas las regiones.
La cara fea de ese patrón es la falta de lógica urbana, creando numerosas inconveniencias para la vida colectiva. Lo peor, quizás, es el inevitable autoestrangulamiento que produce la carrera para acercarse a una ruta existente, un aprovechamiento desregulado que termina congestionando la fluidez del camino y, a la larga, anulando parte de sus beneficios. Basta observar la muerte lenta y sufrida por la Carretera Central entre Lima y Chosica, y el gradual estrangulamiento de la carretera Panamericana al norte y sur de Lima.
Pero si bien los caminos contribuyen a una urbanización apurada y oportunista, también son un poderoso motor de desarrollo, como se observa en el viaje de Cusco a Sicuani. Desde la construcción de la actual carretera pavimentada hace dos décadas se viene produciendo un desordenado pero explosivo desarrollo en los distritos más beneficiados por el camino, especialmente Canas, Canchis y Quispicanchis. Hasta fines del siglo pasado sus residentes eran parte de la “mancha india” de extrema pobreza ubicada en la sierra sur, pero hoy, en base a un desarrollo centrado en la agricultura tradicional combinado con una diversidad de servicios y fabricación y además turismo, la región ha visto una reducción sustancial de su pobreza.
El despegue económico de esos tres distritos se ha basado en cultivos tradicionales, papa, maíz, cebada, alverja y alfalfa que, en los últimos veinte años, han visto un crecimiento en el volumen de producción de casi diez veces en Canas y tres veces en Canchis, según el Ministerio de Agricultura (Minagri). A la vez, según el Minagri el jornal agrícola en la región Cusco ha pasado de 11 a 31 soles entre el 2006 y el 2016. En el distrito de Marangani, un poco más al sur de Sicuani a lo largo de la carretera, uno de cada cinco comuneros se ha dedicado a la producción de cuy para los mercados regionales a lo largo de esa carretera, apoyado por el acceso tanto a alimentos como a la capacitación. Casi la mitad de los agricultores de Canas y un tercio en Canchis hoy usan tractor. Después de leer esa estadística entiendo mejor el letrero de un pequeño establecimiento en el camino a Sicuani, anunciándose con un nombre en inglés, “Perú Welders.” La nueva economía de ese corredor cusqueño tiene un fuerte componente de mecanización.
El fenómeno que se observa hoy fue previsto hace un cuarto de siglo por el economista cusqueño Efraín González de Olarte, quien sostuvo que la clave para el desarrollo de la sierra consistiría en la creación de vinculaciones locales, que es precisamente el efecto de los nuevos caminos, pero también de los nodos urbanos cuyos productos y servicios son a la vez facilitador y consumidor de la nueva producción.