Richard Webb, Director del Instituto del Perú de la USMP
El Comercio, 27 de marzo de 2016
“En política no hay coincidencias”, dijo la reportera. Anunciaba el fallo del JEE a favor de Keiko Fujimori, sumándose a la popular teoría de la mano negra. Sin embargo, para entender el singular proceso electoral que vivimos me inclino a la versión de Martín Tanaka, politólogo del IEP. Más que fraude, dice Tanaka, se trataría de un desmadre, un absurdo accidente producto de la improvisación e incompetencia de las autoridades encargadas de legislar y fiscalizar las reglas de juego electorales. Esa misma combinación de descuido y azar, y sin la ayuda de ningún Maquiavelo, es la que produce los choques múltiples en las carreteras.
En su obra “El azar en la historia y sus límites”, Jorge Basadre cita una frase de Metternich que sirve de alerta ante tales accidentes: “Vayamos despacio –le dice Metternich a su cochero–, ¡estoy muy apurado!”.
Los historiadores debaten continuamente lo que debe atribuirse a los propósitos o designios de las personas, y lo que debe admitirse simplemente como efecto del azar. Pero hablar de azar tiene un sabor de fracaso para el investigador y analista, y hasta de afrenta a la esencial racionalidad de la vida humana. Buscando un balance entre las tendencias históricas y el azar, Basadre defiende lo primero: “La historia mirada en conjunto es… un proceso; el azar puede… tan solo ayudar o retardar al designio”.
Fascina entonces la respuesta que se ha dado a una de las preguntas de mayor trascendencia para la historia del mundo, ¿cómo se explica el inicio de la Primera Guerra Mundial?, el conflicto más grande y más fatal registrado hasta la fecha de su inicio en 1914. Sabemos además que el gatillo fue un acto de evidente azar, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Sarajevo. No obstante, bibliotecas enteras han sido dedicadas a la exploración de los procesos históricos, incluyendo los designios de más de un Maquiavelo de la época, para explicar la inevitabilidad de esa guerra. En oposición a ese cúmulo de explicaciones, la historiadora Barbara Tuchman publicó una interpretación que subrayó el papel del azar y que mereció un premio Pulitzer. Su libro citó al ex canciller alemán, el príncipe Bulow, quien en 1914 fuera preguntado por su sucesor: “¿Cómo empezó esta guerra?”. La respuesta de Bulow fue: “Ah, si pudiera saber”.
El libro llegó a manos del recién instalado presidente Kennedy en el momento en que afrontaba la crisis de la llegada de misiles rusos a Cuba, capaces de soltar una lluvia de bombas atómicas sobre Estados Unidos, empezando lo que sería el fin del mundo. Kennedy quedó fuertemente impresionado por la carga histórica de las palabras del canciller Bulow y resolvió no seguir un curso de acción que pudiera desencadenar una guerra que, como la guerra de Bulow, no tendría explicación. Como él mismo lo contó después, no quería ser responsable de una guerra cuyo inicio sería explicado con las palabras de Bulow. “¿Cómo empezó? Ah, si pudiera saber”.
La explicación de las manos negras tiene la ventaja de relevarnos de responsabilidad como individuos. Aceptar la versión del desmadre nos implica, porque los desmadres los creamos todos, colectivamente. La ley es la ley, decimos, pero nos excusamos si se trata de una informalidad minúscula, un pequeño exceso de velocidad, un pequeño incumplimiento de los reglamentos de construcción, una demora no excesiva. La cultura de tolerancia tiene mucho de humano pero, como es tan visible en las carreteras, puede ser mortal. Lampadia