Por: Richard Webb
El Comercio, 27 de febrero del 2024
Con el tiempo, la acusación implícita y racista de “la mancha india” fue reemplazada por referencias menos ofensivas, hablando simplemente de la sierra sur, o de la ruralidad en general.
Una de las primeras definiciones que leí cuando buscaba conocer el Perú fue “la mancha india”, que se refería a los departamentos de Cusco, Puno, Apurímac y Huancavelica. El término resaltaba el carácter indígena de la mayoría de la población en esos departamentos y servía, a la vez, de explicación para la pobreza general. Con el tiempo, la acusación implícita y racista de “la mancha india” fue reemplazada por referencias menos ofensivas, hablando simplemente de la sierra sur, o de la ruralidad en general. Más aún, con el pasar del tiempo las explicaciones desarrolladas por la ciencia social fueron reduciendo la referencia a los aspectos racial y geográfico de la pobreza. Los sociólogos hablaban más bien de las estructuras políticas y de la propiedad como explicaciones principales del atraso y de la pobreza de una mayoría de la población. La acusación política se refería tanto a los favores legales que avalaron el arrebato de tierras de la población indígena como al bajo nivel de gasto en infraestructura o en gastos sociales. Los economistas, por su lado, buscaron explicaciones en la pobreza geográfica y, sobre todo, en el uso de tecnologías anticuadas y de la baja productividad que se pudo documentar mediante muestras de comunidades. Así, el estudio pionero de algunas comunidades serranas realizada por Adolfo Figueroa se concentró en las prácticas agrícolas y los bajos rendimientos que logró documentar en una muestra de comunidades.
Sin embargo, una década después de publicado el estudio de Figueroa, Daniel Cotlear –un joven economista que había participado en ese trabajo– realizó su propio estudio de un grupo de comunidades serranas, buscando explicar la extrema pobreza de los comuneros, y descubrió sorprendentes diferencias productivas entre las distintas comunidades de su muestra. En vez de un cuadro uniforme de atraso técnico y anticuadas prácticas agrícolas, Cotlear documentó la existencia de diferencias grandes en las prácticas agrícolas de los diferentes comuneros, y en los rendimientos logrados. Ese descubrimiento fue el resultado directo de una metodología de análisis que buscó contrastar comunidades en zonas de la sierra particularmente dinámicas, que típicamente se ubicaban más cerca de centros urbanos, con otras comunidades ubicadas en zonas más bien distantes y poco dinámicas.
El resultado de esa contrastación fue el descubrimiento de sorprendentes diferencias en los niveles de agricultura moderna y de rendimiento productivo. Así, el rendimiento agrícola de las familias comuneras estudiadas en uno de los distritos más dinámicos y modernos superaba ocho veces el rendimiento logrado por las familias en la comunidad más apartada y atrasada. La explicación de esas diferencias se encontró en una variedad de ventajas producidas por la cercanía a una población urbana dinámica, como la obtención de mejores precios de venta, el mayor acceso a los proveedores de insumos y equipos agrícolas modernos, y la mayor posibilidad para informarse sobre las prácticas modernas y de mayor eficiencia. La cercanía al mundo moderno tenía un claro beneficio para el aprendizaje y educación. En vez de una masiva mancha india que reunía todo lo atrasado, lo que descubrió Cotlear fue un conjunto de nuevas y separadas manchitas que operaban como centros impulsores de la modernización.