Por: Richard Webb
El Comercio, 24 de marzo del 2024
“Los números nos obligan a ser más precisos, y facilitan la comprobación de nuestros argumentos”.
Los economistas se jactan de tener una disciplina más científica que las de sus colegas en otras ciencias sociales, y el argumento principal es: el uso masivo de la matemática en su trabajo. Los números nos obligan a ser más precisos, y facilitan la comprobación de nuestros argumentos. Pero, curiosamente, el primer gran aporte de la ciencia económica fue un libro titulado “La mano invisible” –la obra más citada de Adam Smith–. Según Smith, la producción y el crecimiento económico de una nación eran los resultados –casi accidentales– de las acciones individuales y mayormente egoístas de los individuos. Si bien la visibilidad no es un requisito absoluto para el establecimiento de una ciencia, sí nos ayuda a comprender y evaluar el avance logrado.
El segundo padre de la ciencia económica fue Alfred Marshall, cuya obra puso mucho énfasis en el valor económico invisible que surgía, casi accidentalmente para el comprador, cuando el costo de alguna compra era menor que el valor subjetivo de esa compra, generando así un “valor” imposible de medir. La percepción de Marshall era acertada, pero complicaba el cálculo de los beneficios que podría producir alguna acción empresarial o política.
A mediados del siglo XX, el economista Robert Solow publicó los resultados de un cálculo para descubrir la importancia relativa de la inversión y de la mano de obra para generar el enorme crecimiento logrado por Estados Unidos durante gran parte del siglo XX. El resultado sorpresivo fue que ni la inversión ni el mayor empleo podían explicar esos resultados. Tenía que existir un tercer motor –hasta entonces anónimo y que Solow bautizó con el nombre de “residual”– para explicar gran parte del éxito de la economía norteamericana. La explicación que surgió fue el llamado “capital humano” haciendo referencia a la enorme expansión de la educación escolar y universitaria en Estados Unidos durante esos años, una explicación plausible, pero que tiene evidentes limitaciones por la enorme variedad de su contenido.
Ciertamente, el lento avance de las ideas económicas ha estado apoyado por esfuerzos impresionantes en el campo de las estadísticas. Las cifras del Producto Bruto Interno(PBI) y de la pobreza se han vuelto herramientas normales para guiar las políticas en casi todos los países. Sin embargo, la complejidad humana sigue siendo un obstáculo enorme para lograr lo que realmente merecería la calificación de ser una “ciencia” humana.