Por: Richard Webb
El Comercio, 5 de noviembre del 2023
“El mayor valor de la vida es la vida misma”.
Asociamos el asombro sobre todo con la infancia. Pero la vejez también nos trae asombro, quizás especialmente cuando el avance de la tecnología nos permiten goces que durante la mayor parte de nuestras vidas años eran imposibles físicos. A veces, también, existía la necesaria tecnología, pero su costo estaba fuera de nuestro alcance. Hoy, ya en la tercera edad, mi vida consiste en gozar los regalos inesperados que llegan cortesía del avance imparable de nuestros científicos y de una vida larga. Lo que hoy disfruto era un mero sueño durante la mayor parte de mi vida.
El más grande de esos regalos ha consistido en la facilidad de la comunicación personal. El teléfono me antecede, pero la gradual reducción de su costo y aumento en su alcance ha continuado durante toda mi vida, convirtiéndolo de ser un lujo fabuloso y casi no usado, hasta ser una ayuda diaria tan indispensable y disponible como las losetas de un piso. Recuerdo el dolor de vivir fuera del Perú y lejos de mi familia desde los 15 años, conectado solo por cartas semanales con mi familia, excepto una llamada por teléfono el día de Navidad, pero teníamos que limitar la llamada a tres minutos debido a su altísimo costo. Actualmente, la cobertura y economía del servicio lo ha puesto al alcance de casi toda familia peruana y hoy, apenas 4% de las familias peruanas no cuentan con el servicio. Hoy, me atrevería a decir que el celular compite con el automóvil como la innovación más impactante para la vida de la población peruana en general.
Otro regalo mayúsculo que he recibido de la tecnología ha sido en el acceso al conocimiento. Yo era un niño preguntón y el primer regalo que recuerdo en mi vida fue una enciclopedia infantil de un volumen que recibí a los 11 años. Varias décadas después tuve la capacidad económica para comprar un muy costoso ejemplar de la “Enciclopedia Británica”. Hoy son pocos los días cuando no consulto Google para algún dato o explicación, y la enciclopedia quedó reluciente en la biblioteca, sin abrir.
Una tercera innovación ha sido la fotografía. En mi colegio internado en el extranjero era uno de los pocos alumnos con cámara, cuyo uso era costoso y engorroso por el precio de la película y de la revelación. Hoy, el avance de la tecnología ha hecho posible que casi no haya nadie en el mundo sin celular y, por lo tanto, sin cámara fotográfica.
El mayor valor de la vida es la vida misma, pero no practicamos una valorización abierta como base para decisiones personales o públicas. Como resultado, uno de los avances más importantes de la vida humana –la simple extensión de los años de vida– no forma parte del avance económico registrado por las estadísticas. En el caso peruano, la expectativa de vida se ha casi duplicado a lo largo de los dos siglos de la república. Si bien muchas de las causas de esa mejora han costado poco, muchas también reflejan gastos diversos en alimentación, salud y seguridad. En todo caso, el resultado ha sido un logro que no es registrado en las estadísticas de un PBI en el que sí se registra como un logro productivo el gasto realizado para ir al cine, pero no la “producción” de vivir más.