Por: Richard Webb
El Comercio, 28 de enero del 2024
“El valor que tiene la diversidad de opciones es la base de gran parte de la oferta productiva de una ciudad”.
De un día para otro, en todo el mundo la gente parece querer vivir junto a los demás. Muchos critican la urbanización, pero la explican como una necesidad de la industrialización, entendida como el gran camino al desarrollo. La industria necesita estar donde hay mano de obra. Casos extremos son Japón y Argentina, donde apenas el 8% de la población sigue viviendo esparcida en el campo, pero incluso en países enormes como China e Indonesia, una mayoría ya vive en ciudades. Sin embargo, todo ese cambio se ha dado con muy poco aumento en el trabajo de fábrica: en los últimos 30 años el PBI mundial se multiplicó cuatro veces su volumen, aunque el empleo industrial se mantuvo casi estático en un nivel del 23% del empleo total. La gran mayoría de los que se mudaron a la ciudad terminaron realizando trabajos no industriales, principalmente de servicios. Con o sin empleo en una fábrica, la gente sigue abandonando el campo para vivir en una ciudad, aun si deben sacrificar su cercanía familiar. Esta aparente irracionalidad no está siendo comprendida por los expertos que no ven el valor económico del acurrucamiento, el valor para el bolsillo de vivir muy cerca unos de otros.
Una forma de entender es recordar lo que significa recibir atención médica. El avance de la ciencia durante las últimas décadas ha hecho posible una notable mejora en el nivel de atención médica especializada y con el apoyo de laboratorios. Se ha vuelto normal que una consulta consista en la visita a mas de un médico y con exámenes de laboratorio, radiografías y otros exámenes, cada uno de ellos requiriendo la opinión de varios especialistas. Es una batería de médicos y de laboratorios que no hay forma de proporcionar en áreas rurales. La atención especializada exige un número de pacientes que nunca podría lograrse dentro de una población extremadamente repartida y alejada, por lo que el poblador rural debe resignarse a vivir sin esa ayuda que la ciencia ha hecho posible hoy para los que viven en áreas urbanas. La educación presenta un problema similar de “prohibición por efecto de la distancia”. El poblador de cualquier ciudad mayor hoy tiene la posibilidad de hacer “un shopping”, visitando una diversidad de escuelas con distintas características como su ubicación, costo, formas de disciplina y con o sin lengua extranjera. En las páginas web se encuentra una relación de “las 10 mejores escuelas privadas en San Juan de Lurigancho”, pero para los presupuestos limitados hay, además, un gran número de otras opciones. El valor que tiene la diversidad de opciones para una población es quizás particularmente notable en cuanto a la educación superior. Va sin decir que tal diversidad de opciones no existe para el poblador rural.
Otro rubro productivo donde florece la especialización y, por tanto, el aumento de valor, es la construcción. A pesar de la imagen del trabajo de obrero de construcción dedicado principalmente a cargar ladrillos, cual peón de chacra cargando papas, la construcción urbana se encuentra altamente especializada, incluso normada y con diversas escalas de remuneración, sea albañil, carpintero, pintor, electricista, plomero, mecánico, chofer u otro.
El valor que tiene la diversidad de opciones es la base de gran parte de la oferta productiva de una ciudad. Uno de los ejemplos más evidentes es la comida. ¿En qué área rural es posible darse gusto saliendo a comer comida criolla, chifa, nikei, chilena, mejicana, británica, tailandesa, hindú, árabe, o rusa? La diversidad de opciones es un bien en si mismo y, de hecho, termina siendo contado como parte del producto nacional cuando se suma a ese producto el costo no solo de los alimentos en un plato de restaurante sino el costo adicional de cumplir con los requisitos de ese tipo de plato, costos que figuran luego en la cuenta y, eventualmente, en el valor de producción de ese rubro y, finalmente, en el PBI. La misma multiplicación de opciones existe en gran parte, quizás todo lo que ofrece una ciudad, como los talleres de automóvil que se especializan en una u otra marca de auto, o peluqueros que también desarrollan sus estilos especiales. Al final, los costos de la diversidad y especialización son pagados por el consumidor y se vuelven por tanto en parte del PBI y de la “productividad” del trabajador urbano. Pero lo importante es que el conjunto de especializaciones crea oportunidades para el desarrollo individual de esos trabajadores, vinculando sus ingresos a sus conocimientos y rendimientos de una forma que no sería posible para el que se queda a vivir en el aislamiento de un área rural.