Richard Webb
El Comercio, 25 de agosto del 2024
Me atrevería a decir que la historia económica de la república peruana gira principalmente en función de la revolución tecnológica.
“Para lograr el despegue económico necesitamos una revolución”. ¿Cierto o falso? La idea no se limita a políticos e ideólogos que quieren justificar un golpe de Estado. Su fuerza deriva de una larga historia intelectual que ha enfatizado la importancia de cambios institucionales para dinamizar la economía. Según el argumento, los dueños del poder van acomodando las normas y las prácticas de gobierno para favorecerse, creando entidades estatales que sofocan la libertad, la energía y el continuo cambio que requiere el dinamismo económico.
Un pionero de la teoría del desarrollo económico fue el polaco Paul Rosenstein-Rodan. Su trabajo, publicado en 1943, fue titulado “El empujón”, y su argumento se basaba en la complementariedad entre diversas actividades y la eficiencia de la gran escala.
¿Ha faltado revolución en el Perú? Nuestra historia republicana es una seguidilla de sublevaciones, guerras, terrorismo y atentados contra gobernantes, pero una revolución programática solo la tuvimos con la experiencia del gobierno militar de los años 70. Sin embargo, de esa experiencia solo queda el nombre, “Gobierno Revolucionario”, y algunas estatuas del general Juan Velasco como la que vio mi colega Giovanni Bonfiglio cuando visitaba la ex cooperativa agraria San Benito en Cañete para una encuesta sobre cooperativas agrarias creadas por la reforma agraria. Como sucedió con la casi totalidad de las 659 cooperativas, los socios campesinos decidieron repartirse las tierras para trabajarlas en forma individual. También desaparecieron casi todas las empresas no agrarias creadas por el Estado durante ese gobierno, además de unas 3.500 “comunidades industriales” que repartían parte de las ganancias a sus trabajadores.
Así se esfumaron casi todos los rastros de la única “revolución” realizada por el Perú: el crecimiento de nuestra economía no ha contado con los diversos apoyos y refuerzos creados por la vía revolucionaria en otros países. Sorprende que, pese a esa falta de apoyo revolucionario, nuestra economía registró un crecimiento anual del PBI de 3,1%. La pobreza que seguimos sufriendo se debe atribuir más al nivel extremo de pobreza cuando inició la república, y también al crecimiento rápido de nuestra población. Sin embargo, nuestro rápido crecimiento productivo no puede atribuirse a una revolución política; a final de cuentas, ha sido el efecto de otra revolución, la tecnológica y productiva, que se produjo en Europa desde el siglo XIX. Podría decirse que esa revolución ha sido, de lejos, el motor principal del desarrollo económico peruano. Me atrevería a decir que la historia económica de la república peruana gira principalmente en función de esa revolución.
La vía de la capacidad de oferta ha consistido en un flujo continuo de nuevas tecnologías, comenzando quizás con el invento del buque a vapor, cuya llegada poco después de la independencia transformó la producción y el comercio en los valles de la costa peruana.
La tecnología del automóvil también se multiplicó por el empoderamiento productivo, facilitando la dispersión por todo el país de otros avances tecnológicos que potenciaron cada región. Pero el regalo tecnológico de Europa también nos benefició por el lado de la demanda, al multiplicar en forma gigante la capacidad de compra en todo el mundo, una multiplicación que nos ha beneficiado repetidamente creando mercados instantáneos para la gran diversidad geográfica del Perú.