Richard Webb
El Comercio, 17 de noviembre del 2024
El avance hacia la creación de una nación peruana económicamente desarrollada es en gran parte sinónimo de la conquista de nuestra geografía.
En sus viajes por el Perú durante los primeros años de independencia, el extranjero Robert Proctor cuenta su visita al “fértil valle de Chancay”, pero dice que en ese momento el valle se había convertido en un desierto por la ocupación alternada de los ejércitos realistas y patriotas durante la guerra de Independencia. Los estragos de la guerra incluían la muerte o desaparición de una gran parte de las mulas, “cuya escasez era tan grande que costaba más llevar mercadería del Callao a Lima que traerlas de Inglaterra”. Otro viajero de esos años fue Alexander von Humboldt, padre de la geografía como ciencia, cuyo nombre bautiza la gran corriente que surca nuestro mar del sur al norte, pero quien quedó poco impresionado por Lima. En Lima mismo, dijo: “No he aprendido nada del Perú… Lima está más separada que Londres”. En cuanto al patriotismo de los limeños: “No conozco otra [ciudad] en la cual ese sentimiento sea más apagado”. Tratándose de la capital nacional, el pronunciamiento fue terrible, pero, en realidad, no sorpresivo. Es que el proyecto para crear una nación apenas empezaba y la suerte que correría tendría mucho que ver no solo con el corazón de los limeños, sino con la realidad de la geografía.
En esencia, el avance hacia la creación de una nación peruana económicamente desarrollada es en gran parte sinónimo de la conquista de nuestra geografía. Pero el contacto humano y la creación de amor exigen alguna cercanía. El vecino que nunca se ve porque cuesta una fortuna verlo en persona no llega a ser vecino en todo el sentido de la palabra. El geógrafo Isaiah Bowman ha escrito sobre las comunidades aisladas en los Andes, señalando sus “notables diferencias de costumbres y carácter a pesar de las pequeñas distancias que separan a grupos desiguales de población”. Si la separación física tiene tanto efecto entre casi vecinos en la sierra, la enorme y costosa distancia entre Lima y cualquier otra agrupación humana en el país constituye una barrera mayúscula.
La buena noticia es que los dos siglos de independencia han sido acompañados por un enorme acercamiento físico dentro del país. La multiplicación de caminos y de medios de transporte han producido una revolución de identidad y de acercamiento. Ese entusiasmo fue registrado en dos magníficas obras de Antonello Gerbi, geógrafo italiano invitado al Perú hace unos 80 años por el Banco de Crédito, quien documentó el impacto de los nuevos medios de transporte en dos fascinantes libros: “El Perú en marcha” y “Caminos del Perú”, en los que registró el entusiasmo expresado por pobladores del interior ante la llegada de caminos y trenes. “Los medios de transporte son saludados con una mezcla de entusiasmo y de cariño”, dice. Lástima que esos medios no llegaron a tiempo para el virrey Toledo quien, tres siglos atrás, había expresado su frustración por “la dispersión… una causa de la desesperante lentitud con que van penetrando las nuevas ideas y costumbres que han de elevar su nivel de cultura y bienestar”.
Y, si nos adelantamos hasta el casi presente, descubriremos en el economista Jeffrey Sachs un reconocimiento del papel central que han venido jugando la geografía y las distancias como determinantes del crecimiento económico, un punto de vista que juega a la perfección con la llegada de nuestro nuevo puerto en Chancay.