Por: Piero Ghezzi
Gestión, 25 de setiembre de 2020
Se está dando una transformación estructural incipiente en la pequeña agricultura iniciada por empresas medianas que han creada cadenas de valor.
En 2007, Glicero Felices visitó la Estación Experimental del Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA), en Puno. Formaba parte de una delegación ayacuchana invitada por CARE Perú a conocer la experiencia de la cadena de valor de la quinua. El INIA tenía un banco de semillas con más de 20 variedades. Glicero compró dos sacos de quinua roja, dos de negra y dos de morada, y las llevó a Ayacucho, donde las sembró.
La primera cosecha fue muy mala. Las semillas estaban adaptadas a las condiciones climáticas de Puno, no a las de Ayacucho. Plantas que crecían hasta 1.7 metros, crecieron menos de la mitad. En 3 hectáreas, solo cosechó 1 TM. Pero descubrió una fuerte demanda por la quinua roja: un comprador ofreció comprarle 60 TM a un precio muy alto. Por ello, junto con tres amigos, fundó Wiraccocha del Perú, una empresa líder en quinua orgánica con ventas anuales que superan los US$ 12 millones.
Wiraccocha tiene un modelo de negocio inclusivo. Casi no cuenta con campos propios: compra a 1,450 pequeños parceleros (de 170 comunidades de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica) que tienen 3,000 hectáreas en conjunto. Tiene contacto permanente con ellos, les brinda asistencia ténica para mantener las certificaciones y los ayuda con el financiamiento (mediante cooperativas de ahorro y crédito).
El impacto económico y social es claro. Un buen producto de quinua roja obtiene 2TM/ha, que vende a S/4.5-5/kg. Descontados los costos de producción y financieros, un minifundista promedio con 2 hectáreas puede obtener más de S/10,000 anuales de excedente (ganancia extra). Ello ha permiido acumulación. Se han permitido acumulación. Se han comprado tractores e instalado sistemas de riego. Y ha empezado a producirse migración inversa: los hijos, que se habían ido a la ciudad a hacer mototaxi, han regresado al campo, donde ven un futuro. Algunos son técnicos agropecuarios.
La articulación de pequeños parceleros en cadenas agroexportadoras no se limita a la quinua. En el mismo Ayacucho—como en otras regiones—, se están abandonado cultivos poco rentables para sembrar paltas Hass para exportación. Como la cosecha de Hass en la sierra es temprana—en verano, antes de que entren los exportadores de la costa—, pueden colocarla a buenos precios. Empresas como Westfalia Fruit Perú (antes Camet Trading) trabajan con pequeños productores y les brindan asistencia técnica y empresarial para mejorar sus rendimientos (idealmente, más de 12TM/ha) y obtener certificaciones GlobalGAP grupales.
Y, en la selva central, cada bez más minifundistas siembran jengibre (kion). Este año exportaremos más de US$ 60 millones, frente a US$4 millones en el 2012. Vamos camino a ser el segundo mayor exportador mundial de jengibre. Empresas como Elisur Organic SAC articulan a pequeño productores que pueden lograr excedentes anuales de S/15, 000/ha.
Estas(y otras) historias dan cuenta de una transformación estructural incipiente en nuestra pequeña agricultura iniciada por empresas medianas tractoras que han creado cadenas de valor y provisto asistencia a pequeños productores.
Pero el porcentaje de minifundistas en cadenas modernas es aún reducido (menos del 10%). Elevarlo sustancialmente requerirá más apoyo del Estado. Hasta el momento, este ha sido esporádico. Están el Senasa y Sierra Exportadora—ocasionalmente—, PromPerú—con patrocinio para participar en ferias internacionales–, algún fondo público concursable y alguna investigación aislada del INIA. Nada cercano a una política pública articulada. El Estado podría centrarse en tres áreas:
- Agua. La mayoría de los minifundistas tienen riesgo por secano (lluvia) o por gravedad. Menos del 8% tienen riego tecnificado. El Estado debe reorientar recursos del Minagri para subsidiar la construcción de reservorios (cosecha de agua) y la instalación de riego tecnificado. El agua ayudará a avanzar hacia la agricultura moderna. Permite no solo un aumento sustancial en la productividad y la reducción de riesgos, sino también ampliar la cosecha a otros meses de precios altos.
- Articulación productiva. Algunas cadenas están surgiendo, pero muchas otras no. Se necesitan articuladores a nivel territorial—públicos o privados, financiados particularmente con fondos públicos— que ayuden a identificar y resolver los problemas que limitan el crecimiento de más cadenas. Pueden ser de falta de acceso a agua, de conectividad, de información, etcétera. Muchos pueden resolverse localmente, otros tendrán que elevarse a instancias nacionales.
- Articulación financiera. Las garantías públicas masivas son insostenibles. Deben priorizarse hacia cadenas de valor. Pueden otorgarse a un grupo conformado por productores y empresas tractoras, en coordinación tanto con instituciones financiera (IFI) interesadas en financiar cadenas de valor, como con otras entidades que brindan asistencia técnica y empresarial.
Se tiende a pensar que nuestras MYPE rurales no tienen futuro. Que la solución sería generar empleo en empresas grandes y modernas que absorban a los autoempleados de subsistencia. Si bien el crecimiento de empresas grandes y modernas es indispensable para el desarrollo económico, no todos los pequeños parceleros quieren ser empleados de una. Muchos tienen la voluntad y las capacidades de prosperar insertándose, probablemente de manera asociada, en cadenas dinámicas. Como diría Glicerio Felices, quien sabe mucho de estos temas: “No hay que subestimarlos, son avispados”.