Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008
NYT SYNDICATE, Gestión, 12 de Abril de 2017
La entrevista que Donald Trump concedió a The New York Times la semana pasada fue horripilante, pero curiosamente nada sorprendente. Es que ya sabíamos que el hombre más poderoso del mundo es perezoso, ignorante, deshonesto y revanchista. Lo revelador podría ser su defensa del presentador del canal Fox News, Bill O’Reilly, quien ha sido acusado de acoso sexual y abuso de poder: “Es una buena persona”. Yo diría que esto nos dice más de Trump y de las motivaciones de sus partidarios, que sus divagaciones sobre infraestructura y comercio exterior. Por eso me pregunto cuánta diferencia hace que sea Trump y no un republicano convencional quien ocupe la Casa Blanca.
Su Gobierno, por lo visto hasta ahora, es un caos. La vasta mayoría de los cargos clave que requieren de la confirmación del Senado sigue vacante y todo aquel que ocupa un cargo está preocupado por las luchas internas entre distintas facciones. Además, la toma de decisiones semeja más las intrigas palaciegas en el harén de un sultán que la formulación de política gubernamental en una república. Y también están los tuits. Pero la primera gran debacle política de Trump —el humillante fracaso del intento de destruir Obamacare— no se debió al mal funcionamiento del Ejecutivo sino a que el partido Republicano mintió durante ocho años sobre la reforma de la salud. Así que cuando llegó el momento de proponer algo real, todo lo que se ofreció fueron varias formas de ocasionar pérdidas masivas de cobertura. Las mismas reflexiones aplican en otros frentes. La reforma tributaria tampoco tendría éxito, pero no porque el Gobierno no tenga ni idea de lo que hace (no la tiene), sino porque en el partido Republicano nadie se ha animado a averiguar qué se debería cambiar y cómo difundir esos cambios. ¿Qué se puede decir de los temas donde en ocasiones Trump suena muy distinto que los republicanos comunes, como infraestructura? Un genuino plan de construcción de US$ 1 millón de millones —en lugar de aplicar créditos fiscales y privatizaciones—, que necesitaría el apoyo del partido Demócrata considerando que los conservadores se opondrán, sería un buen comienzo. Pero según lo que dijo en la entrevista —incoherencias mezcladas con comentarios sueltos sobre el transporte en Nueva York—, es claro que el Gobierno no tiene ningún plan de infraestructura, y probablemente nunca lo tendrá. Es cierto que en algunos ámbitos sí parece probable que Trump ejerza una gran influencia —sobre todo en la paralización de la política ambiental—. Pero eso es lo que cualquier republicano habría hecho; negar el cambio climático y creer que el aire y el agua están incluso demasiado limpios son posturas mayoritarias en ese partido. Así que, en la práctica, el Gobierno al estilo Trump resulta ser un Gobierno al estilo republicano, solo que con una (mucho) peor gestión. Esto me trae de regreso a la pregunta original: ¿Tiene importancia la espantosa personalidad del hombre al mando? Pienso que sí. Puede que en la práctica la esencia de las políticas de Trump no sea muy distintiva, pero el estilo también cuenta, porque da forma al clima político. Y lo que ha traído el “trumpismo” es una novedosa sensación de empoderamiento para los aspectos más feos de la política estadounidense. Ahora ya existe todo un género en los medios de comunicación que retrata a los seguidores de Trump de clase trabajadora (incluso hay parodias): entrevistas a blancos rurales con poca suerte que se enojan cuando se enteran de que los liberales que les advertían de que las políticas de Trump les perjudicarían tenían razón, pero siguen apoyándolo porque creen que las élites progresistas les menosprecian y les consideran estúpidos.
Algo que los entrevistados suelen decir es que Trump es honesto, que no tiene pelos en la lengua, lo que podría parecer extraño considerando que miente sobre casi todo, tanto en lo político como en lo personal. Pero lo que probablemente quieren decir es que Trump le da voz, de manera abierta y desvergonzada, al racismo, el sexismo, el desdén por los “perdedores” y demás sentimientos que siempre han sido una fuente relevante de apoyo conservador, pero que durante mucho tiempo eran asuntos de los que, supuestamente, no se hablaba abiertamente. En otras palabras, estas personas no creen que Trump sea un tipo derecho y sincero, sino que a lo mejor es menos hipócrita que los políticos tradicionales sobre los oscuros motivos que están detrás de su visión del mundo. De ahí la afinidad hacia O’Reilly, y la aparente sensación de Trump de que las noticias sobre los actos del presentador de TV son un ataque indirecto contra él.
Una manera de pensar sobre Fox News en general y O’Reilly en particular, es que brindan un espacio seguro a la gente que busca una afirmación de que sus impulsos más desagradables son justificables y no tienen nada de malo. Y una manera de pensar sobre la Casa Blanca en la era Trump es que está intentando ampliar ese espacio seguro para incluir a todo el país.
Y la gran pregunta sobre el trumpismo —quizás más importante que la agenda legislativa— es si la desvergonzada fealdad moral es una estrategia política ganadora.
Traducción: Antonio Yonz Martínez