Patricia Teullet
Peru21, 30 de diciembre de 2016
Después de una situación difícil, suele darse un distanciamiento en las parejas. Una crisis puede generar un quiebre definitivo, pero puede llevar también a una maravillosa reconciliación.
Durante los últimos 5 años, el Estado y el sector privado tuvieron una relación tirante marcada por la desconfianza, resentimiento y acusaciones mutuas. Las circunstancias cambiaron cuando se supo que la elección presidencial se definiría entre dos candidatos sensatos respecto a la inversión privada; resurgieron la esperanza y la ilusión de poder reconstruir y mejorar aquella relación tan deteriorada.
El discurso con el que el presidente inició su mandato el 28 de julio fue una suerte de renovación de votos y casi juramento de amor eterno para los siguientes 5 años (aunque es sabido que el amor eterno dura bastante menos).
Pero ya no se trataba del primer amor, inexperto y dispuesto a perdonar las fallas del amado. En el segundo debut hay menos paciencia y la desconfianza reaparece. Ya no estamos dispuestos a esperar ni a perdonar deslices: queremos promesas cumplidas. Se esperaba un fuerte impulso a la inversión que iniciaría con el destrabe y reinicio de proyectos paralizados. La confianza del inversionista generaría proyectos que aumentarían el empleo formal, darían tranquilidad al consumidor y tendríamos el círculo virtuoso de la reactivación económica.
Nada de eso ha ocurrido. Y si realmente se quiere salvar la relación, solo queda ir a terapia de pareja.
Burócratas y empresarios no se entienden; los proyectos continuarán trabados a menos que intervenga un componedor en el que ambos confíen y que impida la interferencia de suegras, supervisores, reguladores y fiscalizadores. Y que garantice que una decisión honesta, correctamente asumida, no llevará a nadie a la cárcel. Odebrecht fue una mala pareja, pero no significa que “todos son iguales”.