Por Patricia Teullet
Perú 21, 23 de octubre de 2015
Cancelar una tarjeta de crédito con la que uno se endeuda, incluso por montos importantes, toma solo minutos. Cancelar un servicio de telefonía es mucho más complejo; si cree que basta enviar una carta o dejarla en mesa de partes y obtener un cargo sellado, se equivoca: la carta, la firma y entrega personalmente el titular del servicio. ¿Por qué? ¡Quién sabe!
Para llegar a eso, deberá consultar al tipo de corbata e identificación plástica, quien responderá con un movimiento de cabeza, señalando una cola que se alarga, imparablemente, mientras aceleran el paso hacia ella los que van llegando.
Esa es ‘la cola de la cola’; es decir, la cola donde se recoge el ticket que le dará derecho a esperar en la (otra) cola para ser atendido. La espera toma 40 minutos. El trámite, solo cinco.
La otra empresa de telefonía y cable no es mucho mejor: solicitar un decodificador adicional toma dos llamadas de 15 minutos cada una; seis llamadas fallidas que indican que el número (proporcionado por la empresa) está equivocado; una llamada adicional en la que se averigua que el sistema no funciona y no se puede generar el número de ticket de atención, y una nueva llamada al día siguiente para escuchar que, como no se había generado el ticket de atención en su momento, este ya no podía ser revelado al cliente; pero no hay motivo de preocupación: “Si en 15 días no ha recibido el decodificador, puede llamar nuevamente”.
Los peruanos sabemos hacer colas: así comprábamos carne o gasolina en el gobierno militar; y en el de Garcia (I), nos poníamos en cualquier cola que viéramos para averiguar luego si era para pan, leche, aceite o azúcar.
No estaba previsto que, en épocas de la tecnología de la información, las empresas de telecomunicaciones, aceleradoras de los procesos, nos regresaran al mundo de las colas; aun así, mejor un servicio del cual quejarse que no tener servicio. ¡Viva (y mejore) la privatización!