Patricia Teullet
Perú21, 21 de abril del 2025
«Entre otras opciones elegidas por los limeños está una visita a La Punta, Callao, un distrito que ofrece variedades de entretenimiento para casi todos los presupuestos. Hoy es posible llegar por una excelente vía del circuito de playas; una vía de primer mundo, pero con vistas de descuido, en el desmonte dejado allí a los lados, y de pobreza», destacó Patricia Teullet.
En mi niñez, la Semana Santa era una época de recogimiento, de pedir perdón por las faltas que se hubieran cometido, de decidir ser mejor y cumplir con los preceptos de la Iglesia.
Las películas que daban en el cine y en los pocos canales de televisión estaban todas relacionadas con temas religiosos y, obviamente, la que mostraba la crucifixión de Jesús era una opción segura. Todavía recuerdo haber cerrado los ojos en el cine durante las escenas más crueles. Y, por supuesto, al menos el Viernes Santo, estaba descartada la carne en las comidas.
Con la excepción de quienes sí continúan viviendo la Semana Santa como una celebración religiosa, con el dolor del Viernes y el regocijo del Domingo de Pascua, hace ya mucho tiempo que la Semana Santa se ha convertido solo en un feriado más: las procesiones de algunos fieles rezando se dan, ya no entre el olor a incienso, sino a parrilla. Quienes pueden optan por salir de viaje o disfrutar el que se ha convertido, por costumbre y sin importar la fecha o el clima, en el último fin de semana de playa.
Entre otras opciones elegidas por los limeños está una visita a La Punta, Callao, un distrito que ofrece variedades de entretenimiento para casi todos los presupuestos. Hoy es posible llegar por una excelente vía del circuito de playas; una vía de primer mundo, pero con vistas de descuido, en el desmonte dejado allí a los lados, y de pobreza: las más precarias de las ‘construcciones’ con materiales que incluyen hasta el cartón; amontonadas, cuasi colgando del vecino más cercano. Es inevitable imaginar el hacinamiento y la miseria al interior de ellas y pensar en el vía crucis que deben pasar sus habitantes cada día, sin siquiera la posibilidad de alimentarse adecuadamente. Ver esto obliga a recordar la pobreza y desigualdad que sufre el país: 5.7% de pobreza extrema en 2023, según el INEI (1.9 millones de personas), y donde —a diferencia de épocas anteriores en que la migración a la ciudad significaba una mejora— hoy la pobreza urbana crece. Y se ve. Y no hay programa social que pueda resolver el problema (además de que ya vimos lo que ocurre con los programas de alimentación del Midis).
La única salida es el crecimiento económico a tasas que superen el 5%. Eso necesita inversión privada y esta, a su vez, necesita de un ambiente seguro, tanto en lo jurídico como en el entorno, y este Gobierno no los brinda desde ninguno de los poderes del Estado. La frivolidad y el deseo de defender sus propios intereses no lo permiten.
Resignándonos a que no hay mejora posible con este Gobierno, ¿será posible que cambien las circunstancias durante el próximo? Con las leyes electorales vigentes y con la calidad de algunos de los candidatos que van apareciendo, será difícil. Pero todo depende de cómo votemos y qué será, finalmente, lo que elijamos.
Esas vistas de miseria bordeando una vía moderna y envidiable son una de las contradicciones que hoy nos definen… y eso tiene que cambiar.