Nadine Heredia habló y se armó tremendo lío. Y, efectivamente, no ha dicho nada nuevo, pero lo ha dicho ella. Y últimamente eso parece ser suficiente para que aquello que en boca de cualquier opinólogo o congresista acalorado hubiera sonado a disco rayado en boca de la señora Heredia se convierta automáticamente en un gran escándalo.
¿Por qué? ¿Desde cuándo lo que diga una primera dama es tan relevante? No es la primera vez que nos enfrentamos a una mujer que interfiere en el gobierno de su marido, ¿o acaso nos hemos olvidado de las barbaridades que lanzaba Eliane Karp a cada rato? Sin embargo, mientras la señora Karp era considerada un fastidio, Nadine es considerada una amenaza y provoca envidia, temor, cólera.
Y es que, más allá de las cualidades o debilidades que pueda tenerOllanta Humala (ese es otro tema), es la primera vez que en Palacio de Gobierno hay una primera dama tan presidenciable y eso no sabemos cómo manejarlo ni los periodistas ni los ciudadanos ni el propio gobierno. Nadine Heredia, como revela en el perfil de la revista “Cosas”, es una mujer ambiciosa (“a mí no me intimida nada”), con un proyecto político que viene madurando hace muchos años (“si no tuviera aspiraciones de trabajar por mi país…, no me harían este cargamontón”), una mujer con injerencia en el gobierno (“nuestras políticas públicas se asientan en la fortaleza de las mujeres”), una mujer con capacidad de decisión, con don de mando, y a la que le gusta tener protagonismo.
¿Y eso está mal? No necesariamente. Nadine Heredia está haciendo lo que casi todas las mujeres de su generación hacen: asumiendo un rol activo y no decorativo. Participando como protagonista en un escenario político que ella ayudó a construir y en el que tiene derecho a participar. Justamente, los riesgos de que haga uso indebido de recursos públicos, de que viole la ley para postular cuando no debe y de que usurpe funciones que no le corresponden (que efectivamente existen) son una consecuencia de este nuevo rol femenino que se ha instalado en Palacio, y que nadie sabe bien si amenaza con quedarse o simplemente con volver.
Y ahí está el detalle. Es el terror a la Nadine candidata y no a la Nadine primera dama lo que nos tiene tan alborotados. Pilar Nores y Eliane Karp eran extranjeras; Keiko Fujimori era más una chiquivieja que una adulta cuando acompañaba a su padre. Es la primera vez en este siglo, lleno de mujeres empoderadas y que no han nacido para estar detrás de ningún hombre, que la figura de una posible Nadine presidenta se sobrepone a la de una Nadine Cenicienta.
Y da miedo, pues. Claro que damos miedo las mujeres. Desde que ya no nos da la gana de andar disimulando nuestras aspiraciones nos estamos volviendo aterradoras. No deja de ser paradójico que justo cuando Nadine Heredia decidió salir en una revista de sociales, cuando más se esmeró en mostrarse como una abnegada madre de familia, justo en ese momento en que sucumbió al rol más decorativo de nuestro género, apareció más política, más poderosa y más dueña de la situación que nunca. Y es que no se puede disimular pues, no es tan fácil, qué le vamos a hacer.