Todos los días se insiste en que el crecimiento alto que logramos durante los últimos años se debió a lo que ahora llaman “viento a favor”. Una, supuestamente, ´mágica´ combinación del crecimiento de China, las altas cotizaciones de los commodities y la abundancia de liquidez internacional. Tras ese buen momento, se dijo que habían llegado las ´vacas flacas´ y que ahora el viento está en contra, que nos habíamos vuelto muy vulnerables a la suerte de China y de los commodities.
A esto se agregaron algunos errores de apreciación, como que el crecimiento de la productividad no fue satisfactorio y que el bono demográfico no nos ayudaría mucho a mantener el crecimiento.
En verdad, nuestra recuperación empezó con el regreso de la inversión privada a todos los sectores de la economía (y especialmente a las regiones) debido a la mayor confianza en el futuro que se generó después de la derrota de Sendero, la promulgación de la Constitución del 93 y la mejora del clima de inversión, después de 30 años de oscuridad.
Según las cifras presentadas por los mejores analistas económicos y por todas las agencias multilaterales, nuestro crecimiento estuvo impulsado por la inversión privada y las exportaciones, a las que se sumó luego la demanda interna. Al mismo tiempo, logramos un alto crecimiento de la productividad total de factores durante una década. A ojos de todos, la economía se había transformado en todos los sectores económicos y en todas las regiones.
El crecimiento que experimentamos fue alto y sostenido, pero sobre todo fue pro-pobre, pro-clase media, pro-regiones y disminuyó la desigualdad. Además, bajó la pobreza, la desnutrición y la mortalidad infantil. La inversión se volcó a las regiones, las cuáles crecieron más que en Lima, al igual que su empleo y sus ingresos y con especial incidencia aún en sus sectores rurales.
La conclusión tenía que ser, como habían refrendado todas las agencias multilaterales, que la economía peruana había logrado dar un gran salto adelante, generando fortalezas macroeconómicas: altas reservas internacionales y fiscales, una insignificante deuda externa y, un manejo prudencial y racional de la economía, en manos de funcionarios respetados dentro y fuera del país.
Además, se generaron fortalezas productivas en todos nuestros sectores, siendo los más relevantes el minero, agro exportador, construcción, retail. Por si esto fuera poco nació una industria más fuerte y encadenada a otros sectores productivos. Por eso es ahora exportadora y competitiva internacionalmente, y más grande que nunca antes en nuestra historia (la participación de la industria en el PBI estuvo antes, inflada y distorsionada por los altos aranceles y márgenes protegidos del sector).
Otra conclusión tenía que ser que al Perú le tocaba ahora volcar su atención a enfrentar sus debilidades (determinantes para el desarrollo de largo plazo y el bienestar general), en los temas de educación, salud, instituciones e infraestructuras.
Pero, lamentablemente, ante el menor crecimiento de la economía, producto de una serie de factores como: los cambios de la situación externa, la telaraña regulatoria interna, los conflictos socio-políticos anti-inversión, el divorcio de la política y la economía y, la falta de visión y liderazgo de la clase política y clase dirigente (con su tradicional anomia); en vez de profundizar en el análisis de la realidad, se apuraron los diagnósticos equivocados indicados más arriba.
Dada la situación indicada, teníamos que volver a prender los motores de la economía, especialmente en minería, petróleo y energía, y compensar con una mayor producción la disminución de los precios de los commodities (por ejemplo, multiplicando la minería por tres, o haciendo grandes proyectos madereros en nuestras zonas deforestadas, o aprovechando el agua que se pierde en la vertiente oriental de los Andes para la producción de energía y la ampliación de nuestra agricultura).
También debimos abocarnos a destejer la maraña regulatoria que se desarrolló alrededor de nuestros pies paralizando poco a poco la inversión privada. Por ello, como bien plantea ahora, el Ministro de Economía y Finanzas, Miguel Castilla, es el momento de cortar esta maleza.
Desafortunadamente, en base a los diagnósticos reseñados, se planteó la necesidad de ´encontrar´ nuevos motores de crecimiento, la necesidad de impulsar la inversión pública, así como mayores acciones monetarias y fiscales.
El ministro de la Producción, Piero Ghezzi ha producido un Plan de Diversificación Productiva (PDP), dice que con el apoyo del Presidente, contradice al Ministro de Economía que está implementando un programaque permita justamente reactivar la inversión privada, y señala que su plan (PDP) “es el plan maestro del gobierno y todas las demás políticas deben insertarse dentro de él” (La República, domingo 15 de junio, entrevista de Alejandra Cruz). Agrega que “Algunos no me quieren tanto, pero creo que las reacciones al plan han sido positivas en su mayoría”. ¿O sea que el ministro cree que las críticas a su apurado plan, las fallas de su diagnóstico y diseño, son por falta de cariño a su persona? ¿Así pretende responder a las críticas?
Mis queridos amigos y conciudadanos, en mi humilde opinión los peruanos tenemos dos agendas internas que debemos enfrentar a la brevedad:
Primero:Una gesta por mejorar la educación, la salud, las instituciones (empezando por la seguridad interna), las infraestructuras y la tecnología.
Segundo: Poner en valor nuestros recursos naturales.La disminución de las exportaciones puede ser largamente compensada por un mayor volumen de producción. Así podríamos acercarnos a nuestro potencial, seguramente el triple de lo actual. Es el momento de diseñar y comunicar políticas inteligentes que permitan acelerar la explotación racional de nuestros recursos naturales. Estos son la mejor forma de cerrar con prontitud las brechas económicas y sociales que generamos durante esos 30 años de políticas anti-inversión privada.
No es momento para experimentos. No hay que arreglar lo que viene bien. Tampoco es momento para zancadillas entre ministros ni agendas individuales. Es momento para la consecuencia y la acción conjunta que permita dirigir nuestras pocas balas a resolver los problemas más acuciantes de la población. El Perú no puede perder esta oportunidad de lograr el bienestar general de todos sus hijos.