Nelson Torres
Consultor
Para Lampadia
Alberto nació en 1942. El entonces coronel Perón planeaba la revolución del 43 que terminó con la “década infame” en la Argentina. Infame o no, Argentina era, en esos momentos, un país del primer mundo. Entre los más ricos del mundo. Cualquiera que visite el país encontrará una arquitectura monumental que refleja la gran riqueza de la Argentina de entonces.
La niñez de Alberto transcurrió en el gobierno populista de Perón. Cómo él mismo me comentó, tomando un café, “es fácil ser el bueno regalando cosas”. Perón sigue siendo admirado por la mayoría de argentinos. Sus programas sociales beneficiaron a muchos, mejorando la calidad de vida de las clases populares, pero desequilibrando los fundamentos económicos. Inició la caída libre de la economía argentina. Se pudo redistribuir mejor sin generar los desequilibrios que aún llevan cuesta abajo, como el tango, al país.
Puedo suponer que Perón era un idealista. Que sus ideas de justicia social estaban basadas en sus convicciones. Quizás el poder lo cegó, como a tantos, y el resto es historia. No creo que Cristina, Alberto Fernández o Massa tengan esos mismos ideales y, de hecho, la evidencia confirma lo contrario.
Lo cierto es que hoy, a los 81 años, Alberto sigue trabajando. Como toda su vida útil. Trabajó en su etapa adulta como administrativo, con un sueldo medio, que le permitió viajar por la Argentina y sus países vecinos. No era un hombre rico, pero tenía una vida tranquila. Sin privilegios y prebendas, sólo gozando los beneficios que su trabajo de cada día le generaba.
Se jubiló y en pocos años la inflación le comió su pensión. Necesitó volver a trabajar para generar ingresos adicionales. Ahora, a los 81 años, trabaja 5 horas diarias en labores administrativas en la empresa de un sobrino lejano. Se despierta a media mañana. Prepara un desayuno frugal, se alista y se va a trabajar. Al final del día vuelve a casa a comer algo igualmente ligero y ver cine clásico, su pasión.
Su pensión y su empleo por horas no le permiten vivir razonablemente bien. Para tener más ingresos recibe pasajeros por Airbnb. Nos deja su habitación y él duerme sobre el sofá en la sala. La necesidad apremia y se necesita la guita.
Como Alberto, hay miles de ancianos trabajando en Buenos Aires o recibiendo extraños en sus departamentos. El país del primer mundo en el que crecieron no existe más. Sólo un territorio en permanente decadencia. Voy conociendo a varios.
La historia es la misma. Crecieron con una ética de trabajo y estudio que el populismo peronista (no creo que haya sido lo que el antiguo líder quiso) ha ido desvirtuando cada vez más. Una Argentina donde casi cada deseo se puede convertir en un derecho gracias a la magia del populismo.
Mientras Alberto, Graciela o Lidia (por citar a quienes conozco) esperan la justa pensión que se ganaron con su trabajo, el populismo peronista sigue de regalo.
El derecho a la educación es inalienable. Pero no conocía el derecho a “disfrutar” y pagado por el Estado. Transformar el “deseo” de un viaje de promoción en un “derecho”, es parte del clientelismo oscuro y maquiavélico que genera cientos de miles de militantes kirchneristas. Una educación sin la exigencia de antaño se hace necesaria para evitar el espíritu crítico. Todo va de la mano, muy bien diseñado.
El dinero que se puede destinar a mejorar las pensiones de ancianos que se las ganaron con su trabajo de decenas de años, se destina a generar una nueva camada de militantes serviles. Lampadia