Nelson Torres Balarezo, Investigador Principal del Instituto del Perú
Para Lampadia
Hace unas semanas, mientras intentaba dormir en un avión, tuve que escuchar una conversación ajena. Ambos, varones de unos 40 años, probablemente colombianos, empresario y uno de sus gerentes, conversaban sobre un reciente viaje por el norte del país. La ciudad favorita para ambos era Piura. Casi podría decir que en el vuelo decidieron abrir un local en la misma. Nunca identifiqué el rubro. Les encantó, desde la comida hasta la infraestructura urbana y las posibilidades comerciales que en ella encontraron.
Trujillo les pareció una ciudad bonita e interesante también. Tumbes pintoresca pero aún pequeña. Y, de Chiclayo, mejor no hablar. No puedo reproducir las palabras que dijeron sobre mi amada tierra natal. Sólo puedo decir que a pesar de no considerarme un chauvinista, me sentí abrumado y ofendido por la cantidad de adjetivos que utilizaron para describir, la que para ellos, era una ciudad horrible, pobre, sin ningún interés.
Crecí con la imagen de una ciudad pujante y emprendedora. Siempre orgulloso que a pesar de nuestro pasado sólo republicano, habíamos superado a Piura y nos acercábamos a Trujillo. Sin embargo, en los últimos 15 o 20 años, nos fuimos rezagando hasta ser poco más que un pueblo joven grande.
Chiclayo es probablemente la ciudad con menor porcentaje de pistas y veredas, con menos áreas verdes adecuadamente mantenidas y, en general, con la menor infraestructura pública entre las principales ciudades del país. Es cierto que hemos tenido alcaldes corruptos y otros muy ineptos. Pero la asimetría respecto al desarrollo urbano de otras ciudades, como por ejemplo Piura, Trujillo, Cuzco o Arequipa, tiene una causa más profunda.
Ahora vivo en Cuzco y el contraste entre el desarrollo urbano de esta ciudad y el de Chiclayo es abismal. Con frecuencia voy a Arequipa y la diferencia es aún mayor.
Puede haber dos motivos para la falta de inversiones públicas en ornato y saneamiento: recursos escasos o mala gestión. En Chiclayo han coincidido ambas causas. La región Lambayeque, a pesar del empuje y laboriosidad de sus pobladores no tiene minería. No tiene gas. No tiene canon.
Entre el año 2007 y el 2016, la provincia de Cuzco recibió S/. 1,818millones de transferencias públicas, la provincia de Chiclayo S/. 1,921millones. En números absolutos, Chiclayo aparece como una provincia favorecida. Sin embargo, si consideramos el número de habitantes en cada provincia, la situación se invierte. Cuzco recibió aproximadamente S/. 4,000 per cápita en el período, Chiclayo sólo S/. 2,200.
Siempre tengo presente una marcha anti minera en Cuzco. La primera banderola decía: “no al extractivismo, no queremos minería”. La siguiente exigía más canon. Aunque será imposible remediar sus inconsistencias existenciales, sería muy instructivo para la izquierda cuzqueña visitar Chiclayo y descubrir que sin actividades extractivas se puede vivir mucho peor.