Por Moíses Naím
(El Comercio, 30 de Mayo de 2015)
Se parece a la elección del Papa. Los 123 músicos de la Orquesta Filarmónica de Berlín, quizá la mejor del mundo, se reúnen en lugar aislado y secreto, entregan sus teléfonos móviles y votan para elegir a su próximo director, el sucesor de Herbert von Karajan, Claudio Abbado y las otras luminarias que los han dirigido. En este secreto cónclave, los músicos votan tantas veces como sea necesario para que uno de los candidatos alcance la mayoría de los votos. Hace unas semanas, y por primera vez desde 1882, los músicos no lograron ponerse de acuerdo. Su fragmentación hizo imposible la mayoría necesaria y así, imitando un hábito común del Congreso de EE.UU., decidieron posponer la decisión para el año próximo. “Los músicos de Berlín orquestan el fin de la autocracia”, escribió Shirley Apthorp, una crítica, y continuó: “La era del autócrata ha terminado; hasta orquestas menos democráticas que la de Berlín quieren tener más influencia sobre su destino. El estilo absolutista de Von Karajan ya no tiene cabida en una sociedad igualitaria”.
Esta afirmación es perfectamente aplicable a muchos ámbitos del quehacer humano. Hasta a la FIFA, por ejemplo. ¿Alguien duda de que estamos viendo el final de la manera corrupta, opaca y autoritaria en que hasta ahora ha funcionado la organización que maneja el fútbol en el ámbito mundial? Por más que el suizo Sepp Blatter, el hábil dictador “democrá- ticamente electo” de la FIFA, continúe actuando como siempre lo ha hecho, (¡y hasta haya logrado ser reelegido!) el fin de su liderazgo es tan obvio como inevitable.
Esto no solo está pasando en la música o el fútbol. En las últimas semanas, los sorprendentes resultados de las elecciones en el Reino Unido, España y Polonia han reconfigurado el orden político de esos países. El Partido Nacional Escocés, en el Reino Unido; y Podemos y Ciudadanos, en España, irrumpieron en los comicios, quitando poder a los partidos tradicionales. En Polonia, Andrzej Duda, un candidato que hasta hace poco era relativamente desconocido, derrotó al presidente Bronisław Komorowski. En todos estos casos, los expertos y las empresas encuestadoras fueron sorprendidos por los resultados.
Algo parecido ocurre en el mundo del dinero y los negocios. La revista “Fortune” está por publicar su famosa lista de las 500 empresas más grandes de Estados Unidos. El 57% de las compañías que están este año en esa nómina no aparecía en 1995. La rotación es aún mayor en las listas de las mayores empresas del mundo. Aparecen cada vez más empresas de países emergentes –especialmente China–, así como de sectores de negocios que no existían hace tan solo unos años. Mientras que Alibaba, la empresa china de comercio electrónico fundada en 1999, tiene un valor de 224 mil millones de dólares, muchas de las compa- ñías europeas o estadounidenses que antes dominaban sus mercados han desaparecido de la lista. Kodak, por ejemplo.
Lo mismo está pasando con la lista de las personas más ricas. Solo el 10% de los estadounidenses que en 1982 estaban en la relación de la revista “Forbes” de los más ricos seguía en esa lista en el 2012. Es interesante destacar que de solo haber obtenido un rendimiento del 4% al año sobre su capital, la gran mayoría de los ricos de 1982 hubiese podido seguir estando en la lista 30 años después. Pero no lo lograron. ¿Quiénes los reemplazaron? Los asiáticos.
El Reporte de los Billonarios del 2015 recién publicado por UBS/PwC encontró que un creciente número de personas con una fortuna personal de más de mil millones de dólares reside y trabaja en Asia. De los 1.300 superricos incluidos en el reporte, el 66% no heredó su fortuna sino que la creó. Hace dos décadas esto era al revés. El 57% de los ricos del mundo lo eran gracias a que habían heredado un gran capital. Y hasta 1980, indica el reporte, la abrumadora mayoría de los multimillonarios se concentraba en Estados Unidos y Europa. Ya no. En el 2015, el 36% de los superricos que no heredaron su riqueza son asiáticos y tan solo el 17% europeos. El 47% reside en Estados Unidos.
La gran sorpresa no es que estas cosas estén pasando. Lo más sorprendente es la frecuencia con la que los líderes tradicionales de la política, la economía o hasta los deportes y las artes creen que pueden seguir comportándose como siempre lo han hecho. Sepp Blatter, el jefe de la FIFA, es un buen ejemplo. Tras su reelección, una bofetada a la gente decente del mundo, Blatter dijo: “No necesitamos revoluciones, necesitamos evoluciones. Y yo arreglaré la FIFA”. Pues no. Él no la arreglará. La arreglarán los fiscales y jueces estadounidenses que mandarán a la cárcel a los corruptos de la FIFA. Y esa es la revolución de la cual Blatter intenta salvarse.