Mirko Lauer
La República, 06 de enero de 2016
La tensión entre Irán (chiítas) y Arabia Saudita (sunnies) viene de antiguo, y la de estos días solo sería un capítulo más de no existir el sanguinario radicalismo sunni del Estado Islámico, ISIS. Pero ahora la afinidad religiosa entre Riad e ISIS está lanzando preocupados reflectores mundiales sobre estos jeques petroleros.
Los años han ido creando un consenso acerca de que el wahabismo sunni de Arabia Saudí es una influencia fuerte en movimientos como Al Qaeda e ISIS. Pero el petróleo y la geopolítica del Medio Oriente hicieron que las grandes potencias occidentales se distrajeran de las coincidencias. Ahora estas empiezan a tener un nuevo sentido.
Que Osama Bin Laden y buena parte de quienes volaron contra las torres gemelas de Nueva York fueran saudís, o que haya miles de saudís en ISIS, son el tipo de dato que hasta aquí era atribuido a la coincidencia en el fundamentalismo. Pocos lo consideraron parte de una conspiración orquestada desde Riad. Pero las coincidencias comienzan a molestar.
La percepción es que la presencia de ISIS en el panorama regional ha vuelto a la religiosidad saudí aun más intolerante de lo que ya era. Las declaraciones de importantes jerarcas sobre la conveniencia de una guerra santa contra los enemigos musulmanes del sunnismo son cada vez más frecuentes, y algunas son desembozadas.
Como ha señalado Malise Ruthven, lo menos que se dice de la familia gobernante de Arabia Saudita es que está dedicada a propagar el extremismo religioso. En las versiones más críticas Riad aparece ayudando directamente a la instalación de ISIS en las fronteras de países chiítas. Por lo pronto en el caso de Irán, comparten un mismo enemigo.
Si acaso alguna vez fue cierto que Riad alentó a ISIS como parte de su estrategia regional, ahora es ISIS quien tiene en sus manos parte del destino de la monarquía saudí. Una derrota de ISIS, o por lo menos su arrinconamiento en una guerra sin perspectivas, establecerá una hegemonía de Irán y del continente chiíta en general.
El otro efecto posible es que una monarquía saudí arrinconada ella misma se lance por la resbalosa pendiente de una mayor intolerancia religiosa, dentro y fuera de sus fronteras. Con su prestigio y el precio del petróleo por los suelos, Riad puede ver a partes de su territorio convertirse en presas codiciadas de los enemigos religiosos.
Sin embargo para occidente la cuestión de fondo es la reproducción del extremismo religioso y de sus raíces capitales con el terrorismo a escala mundial. Si Al Qaeda e ISIS dan la impresión de ser factores transitorios, la monarquía saudí es un elemento permanente en la satanización de los infieles de todo tipo. Categoría que ciertamente nos incluye.