Miguel Palomino
La República, 9 de julio del 2024
Por primera vez en doce años, Lima cedió su primer lugar en el índice de competitividad a Moquegua. ¿La razón?, la mala gestión institucional del alcalde de Lima Rafael López Aliaga.
Como cada año desde el 2013, el Instituto Peruano de Economía (IPE) publicó la semana pasada el Índice de Competitividad Regional (INCORE) 2024. El INCORE busca cuantificar cuán competitivas son las regiones entre sí. Para este fin se consideran 25 regiones, donde Lima se divide en Lima Metropolitana y en Lima Provincias.
El INCORE resulta de estimar la competitividad relativa de las regiones considerando el puntaje obtenido en 40 indicadores. Todos estos indicadores son las más recientes cifras oficiales disponibles para cada región y están agregados en 6 pilares: Entorno Económico, Infraestructura, Salud, Educación, Laboral e Instituciones.
Estos pilares buscan representar los distintos aspectos que afectan la competitividad relativa de las regiones, es decir, cuán capaz de orientar sus recursos al logro del bienestar de sus ciudadanos es una región en comparación con las demás. Para hacerlo, se le da igual importancia a cada uno de los seis pilares en el cálculo del índice general para cada región.
El ranking del INCORE tiende a cambiar gradualmente, por lo que no suele haber grandes sorpresas, sobre todo en los primeros lugares. Desde que empezó a hacerse el cálculo del INCORE, las mismas cinco regiones se han peleado los cinco primeros lugares: Lima Metropolitana, Arequipa, Ica, Moquegua y Tacna. Además, siempre el primer lugar lo había ocupado Lima Metropolitana.
La sorpresa que nos dio el INCORE 2024 es que, por primera vez en doce años, Lima cedió su primer lugar a Moquegua, que ocupaba el segundo lugar el año pasado. Un retroceso de solo un puesto no es nada que debiera llamar la atención en principio, ocurre bastante seguido. Sorpresa es lo de Tumbes, que perdió tres puestos este año, o lo fue Apurímac, que ganó 3 puestos en el 2017 y tres más en el 2020. Sin embargo, que Lima, con enormes ventajas en infraestructura, con la fuerza laboral mejor educada y más formal, con más médicos por habitante, etc., haya perdido el primer puesto resulta chocante.
Nótese que los cálculos se han hecho sobre las mismas variables que se hicieron el año pasado en el cual Lima, como siempre antes, había ocupado el primer lugar. Lo que jugó en contra de Lima en esta oportunidad es el fuerte deterioro de cuatro puestos en el pilar institucional (del segundo al sexto puesto). Esto se debió, específicamente, a la percepción de la gestión pública regional (es decir la percepción de la labor del alcalde de Lima), que empeoró del puesto doce al puesto veintidós (mientras que en Moquegua mejoró del cuarto al segundo puesto) y al porcentaje de víctimas de un hecho delictivo, que empeoró del puesto veintiuno al puesto veinticuatro (mientras que en Moquegua mejoró del puesto siete al puesto seis).
Hay dos lecciones que podemos sacar de la lección del destronamiento de Lima. Primero, que las instituciones importan y mucho. Es más, me atrevería a decir que importa más que los demás pilares (aunque todos tienen igual importancia en el INCORE porque es donde los demás pilares se asientan. Sin institucionalidad, toda fortaleza que se pudiera tener en los demás pilares eventualmente caerá.
Con razón o sin razón, los ciudadanos de Lima perciben que su gobierno no está haciendo una buena gestión y si no es debido al presupuesto por habitante (puesto 3), la recaudación por habitante (puesto 4) o la ejecución porcentual de la inversión (puesto 2), entonces es que no se han priorizado efectivamente los recursos escasos con que cuenta Lima Metropolitana. Por lo menos los ciudadanos lo ven así.
Es difícil sorprenderse de esta opinión cuando vimos el fin de semana pasado a los serenos de Lima Metropolitana enfrentados a la policía nacional por la construcción de la estación central del metro; o cuando el alcalde insiste en un litigio con una empresa concesionaria a pesar de que Lima ya perdió en tribunales internacionales e incurrió en una millonaria compensación por ello. Cómo olvidar el bochornoso incidente en torno al endeudamiento millonario en que incurrió Lima, cuando el Ministro de Economía y Finanzas dijo inicialmente que no lo permitiría (se necesitaba del visto bueno del MEF), pero finalmente se vio obligado a ceder ante la realidad de que se necesitaba al partido aliado del alcalde para sostener al gobierno. No hay caso más evidente de que por lo menos parte de la falta de institucionalidad es hecha en casa.
Respecto a la segunda lección debemos comenzar por preguntarnos ¿por qué Moquegua consistentemente sale como una de las regiones de mejor performance en todos los pilares? ¿Qué hace a Moquegua la región más competitiva? No es lo que primero se la ocurriría a un ciudadano promedio.
Además del mérito que tengan los moqueguanos en saber aprovechar sus recursos para lograr el bienestar común, la verdad es que lo que caracteriza a esta región desde la década de los setenta es la elevada participación de la minería en la actividad económica de la región. Hoy en día, con la entrada en producción de Quellaveco y considerando además la actividad de la refinería de cobre de Ilo, la minería explica ¡el 80% de toda la producción de Moquegua! Es largamente la región más minera del Perú y lo es hace cuatro décadas.
Moquegua ocupa el primer lugar en instituciones, educación y entorno económico. Además, ocupa el segundo lugar en el pilar laboral y el cuarto y quinto puesto en los pilares de infraestructura y salud. Todo esto es posible gracias a un sector minero vigoroso que ofrece sus recursos para que los moqueguanos tengan la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida.
Apurímac está rumbo a lo mismo, comenzando de más abajo. Con menos de una década de actividad minera (la gran minería empezó en el 2017), Apurímac ha escalado 8 puestos en el INCORE. Pasó del puesto 24 al puesto 16 en siete años. ¿Cómo puede decirse que la minería no es fuente de oportunidades para el progreso?
Desde hace muchos años que nuestra institucionalidad se viene deteriorando y que con ello vemos más lejana la oportunidad de ofrecerles mejoras sostenibles en la calidad de vida a nuestros conciudadanos. Como hemos dicho antes, quienes sostenían que en el Perú la economía y la política andaban por cuerdas separadas están y estuvieron siempre muy equivocados.
Que nuestra economía gozara de una fortaleza extraordinaria que haya podido resistir los embates de políticos desquiciados, si bien siempre a un costo creciente, no significa que la institucionalidad (sobre todo la política) no importase. Esta es la principal contradicción del gobierno en los años noventa; que, por un lado, nos dio instituciones económicas muy sólidas y por otro nos dejó una institucionalidad política débil que no logramos fortalecer en los años siguientes. La institucionalidad política comenzó a deteriorarse y hoy estamos pagamos el costo de nuestra desidia.