Por: Miguel Palomino
La República, 4 de Enero del 2023
“No a todos les ha ido igual. Por ejemplo, el empleo formal agrícola ha estado creciendo y fuera de Lima ha sido mas rápida la recuperación del empleo…”.
Como síntoma del fin de la pandemia, desde hace algún tiempo nos vienen diciendo que la cantidad de empleos ya se recuperó y está por encima del nivel prepandemia. Esta es una buena noticia. Hemos pasado de perder 2,7 millones de empleos, desde setiembre del 2019 hasta setiembre del 2020, a aumentar la cantidad total de empleos, de setiembre del 2019 a setiembre del 2022, en cerca de 430.000. ¿Entonces, todo bien? No tanto.
Hay dos grandes problemas con las cifras de empleo (además de trabajar con dos bases que no son plenamente consistentes entre sí, pero eso da para otra columna). El primero tiene que ver con el número de empleos y el segundo con la caída dramática en la calidad del empleo disponible. Veamos.
El primero es menos grave y tiene que ver con compararnos con la situación de hace tres años. En los cinco años anteriores a la pandemia, el empleo total en el país creció poco más de 300.000 al año (la cifra va de unos 100.000 en años malos a 500.000 en años buenos).
Esto es porque la población en edad de trabajar creció en aproximadamente 330.000 anuales en los mismos cinco años. Así, de ser años normales, del 2019 al 2022 deberíamos haber aumentado aproximadamente 900.000 empleos en estos tres años. En otras palabras, si bien la recuperación ha sido notable, no estaríamos creciendo aún sobre bases comparables.
El segundo es muy grave. En un país como el nuestro, una gran parte de la población tiene que trabajar o pasar hambre. Así, si alguien pierde su trabajo usual, lo reemplazará por algún trabajo de menor calidad/ingreso, pero generalmente no puede pasar mucho tiempo desempleado. La gravedad de la pandemia hizo mucho más difícil este proceso (y más urgente), pero igual se dio.
Después de crecer en términos reales en más de 40% del 2005 al 2019, el ingreso nacional se desplomó el 2021 a un nivel menor del que existía en el 2009. Dado que esta estadística solo se tiene anualmente (el último dato corresponde al 2021), usaremos la cifra urbana, que se calcula trimestralmente para aproximar los resultados (con cuidado de que esta cifra es distinta y mayor que la nacional, que incluye el área rural).
Si bien los ingresos urbanos han aumentado con respecto a sus mínimos del primer semestre del 2021, se han mantenido iguales entre el tercer trimestre del 2021 y el tercer trimestre del 2022. Ahora estaríamos algo debajo del nivel del 2011.
Lo dicho lo corrobora toda suerte de otros datos, como el porcentaje de subempleados a nivel urbano (aumentó 5 puntos desde el 2019) o el porcentaje de trabajadores en Lima cuyos ingresos están por debajo de la canasta básica (estamos de vuelta al nivel del tercer trimestre del 2011 y ocho puntos por encima del nivel de octubre del 2019).
No a todos los peruanos les ha ido igual. Por ejemplo, el empleo formal agrícola ha estado creciendo y fuera de Lima ha sido mas rápida la recuperación del empleo. Pero, como es usual, los más perjudicados han sido los más pobres, las mujeres (y con ello, sus hijos) y los jóvenes.
Hace poco, el Banco Central de Reserva publicó un estudio sobre como la pérdida de ingresos había llevado a que el trabajador promedio haya trabajado más horas, siendo el quintil más pobre el único que trabajaba más horas hoy que nunca desde que se tiene información (2007).
Ya he expresado antes en este medio que las mujeres sufren casi el doble de subempleo por ingresos que los hombres y aún peor es la situación de los jóvenes. Ambos grupos han retrocedido a niveles no vistos desde el 2011.
¿Qué conclusión podemos sacar? Cuando los economistas serios señalan que ciertas medidas populistas no favorecen al empleo productivo y que solo el empleo productivo puede sacar adelante a las familias peruanas, oigámoslos. Aprendamos de la historia reciente de nuestro país, qué funciona y qué no.