Por: Miguel Palomino
La República, 19 de Abril del 2023
Hace unas semanas se reveló el caso de médicos que simulaban trabajar para el sector público y que, en realidad, pasaban todo su tiempo atendiendo y cobrando en clínicas privadas. Esto causó gran indignación y llevó a que se plantearan distintas “soluciones” al problema.
Cuando se evidencia un problema con la salud pública (como con otras cosas), frecuentemente aparecen propuestas bien intencionadas pero dirigidas a tratar los “síntomas” más que a curar la “enfermedad”. Si nos concentramos en tratar cada síntoma, podemos acabar con el paciente y no con la enfermedad.
No puedo pretender resolver el problema de la salud pública en esta columna, para eso existen los verdaderos expertos. No obstante, puedo intentar dar algunos lineamientos básicos señalados por dichos expertos para que sepamos qué es lo que más importa y qué no debe distraernos.
En primer lugar, como tantas otras cosas, el presupuesto. En salud, en el Perú, falta de todo (ver mi columna del 7 de setiembre pasado), o sea que ya sabemos que debemos ir aumentando significativamente el presupuesto en salud en los próximos años. Para que tengamos una idea, el presupuesto de salud por persona en Chile es casi el triple del de Perú. Gastar en salud es mucho mejor que gastar miles de millones en Petroperú, por ejemplo. Por eso el Estado no debería gastar sus escasos recursos en algo que puede hacer el sector privado.
En segundo lugar, ¿a qué vamos a dedicar este mayor presupuesto? No es cuestión de tirar la plata. Entre las prioridades deben estar un sistema de costeo eficiente, como el que ya existe en países de Europa, que pague al proveedor del servicio lo adecuado por cada caso resuelto.
Además, es muy importantes un buen sistema de provisión de medicinas (que siempre escasean) y por supuesto contar con suficiente personal médico bien remunerado.
En tercer lugar, se deben unificar los distintos seguros de salud, comenzando por el SIS y EsSalud, de manera que la infraestructura de salud pública pueda ser eficientemente utilizada. La misma lógica aplica también a las responsabilidades de los distintos tipos de gobierno y exige una clara definición (el Ministerio de Salud define las políticas, los demás son ejecutores).
En cuarto lugar, se debe orientar los recursos del sistema de salud pública hacia donde se necesitan. Usaré lo que sigue solo como un buen ejemplo de lo que se debe hacer en este aspecto. En las últimas tres décadas, la población peruana ha envejecido. Por ello, las enfermedades transmisibles, que en 1990 eran la mitad de la carga del sistema de salud, se han reducido a la cuarta parte de la carga.
Hoy, dos tercios de la carga del sistema son por enfermedades no transmisibles (el Covid-19 fue, por supuesto, la excepción). Por lo tanto, el primer nivel de atención, que debería atender a la gran mayoría de la población (y referir al segundo o tercer nivel a solo una fracción) debería estar orientado hacia ese tipo de males (enfermedades cardiovasculares, respiratorias, diabetes, etc.). Sin embargo, actualmente el primer nivel sigue estando orientado a las enfermedades transmisibles.
Esto da pie a la quinta recomendación: usar al sector privado siempre que sea posible. Un ejemplo son los hospitales públicos manejados por empresas privadas, sujetas a un buen contrato. Para los que no lo saben, existen en la actualidad dos grandes hospitales públicos manejados por una empresa privada, y los resultados son alentadores. Existen muchas maneras de ahorrar dinero si se usa bien al sector privado, como es el caso de estos hospitales o de la empresa que maneja la logística y distribución de medicinas y material médico para EsSalud en Lima.
Estas recomendaciones, entre otras, son las que no debemos olvidar cuando empecemos el largo camino hacia lograr un país saludable.