Y cuando uno está a punto de perder las esperanzas de leer algo interesante en la prensa cultural, aparece una entrevista como la que el escritor Michel Houellebecq le concedió a Sylvain Bourmeau para “The Paris Review”. El artículo es extraordinario por muy diversos motivos, entre los cuales están la inteligencia y la franqueza del entrevistado, la preparación previa del periodista, la extensión del diálogo y la libre confrontación de ideas entre el responsable de las preguntas y quien debía responderlas. El título (“La islamofobia no es una forma de racismo”) puede haber contribuido a que la nota tenga una gran cantidad de comentarios, pero hay que leer la entrevista completa y compararla con las que suelen publicarse en los medios masivos tradicionales, para advertir su excepcionalidad.
Houellebecq acaba de publicar en Francia su sexta novela, “Sumisión”, y esta vez fue la más cruel actualidad (y no una jugada del márketing, que domina a la perfección) la que funcionó como usina publicitaria de su libro: la misma mañana en que desembarcaba en las librerías (“Sumisión” imagina un futuro no muy lejano en el que un líder musulmán llega a la presidencia francesa) dos islamistas radicales asesinaron a 12 periodistas del semanario “Charlie Hebdo”. De todas maneras, cualquiera que conozca la obra del escritor sabrá que la coincidencia no lo es tanto: polemista profesional con interés en la literatura y la sociología especulativa, Houellebecq escribe hace años sobre el islam, e incluso fue llevado a juicio (y absuelto de todos los cargos) por las declaraciones que hizo en el 2001, en las que aseguró que era “la religión más idiota del mundo”.
Houellebecq reniega de la denominación de intelectual para defender su lugar de creador de ficciones, lo que no significa que considere que una tarea esté por debajo de la otra (“No soy un intelectual. Yo no tomo partido, no defiendo ningún régimen. Renuncio a cualquier responsabilidad, reclamo la irresponsabilidad total, excepto cuando opino de literatura en mis novelas, entonces me comprometo como crítico literario”). Y asegura, al mismo tiempo, que tiene muy en claro que no hay novela que pueda cambiar la realidad. Para eso, piensa, están los ensayos: “Creo que ‘El capital’ de Marx es demasiado largo. En realidad, lo que se leyó y cambió el mundo fue ‘El manifiesto comunista’”.
¿Por qué es tan difícil encontrar artículos semejantes en el periodismo cultural actual? ¿Se debe al desinterés del público o de los editores? ¿Acaso no hay buenos entrevistadores ni potenciales entrevistados? ¿Quizá porque suele ser una tarea mal remunerada? Creo más bien que se trata de un problema epistemológico: lo que por aquí se conoce como periodismo cultural suelen ser noticias impregnadas de un optimismo transversal. Al parecer, toda actividad cultural viene cargada de un signo positivo, y existe la obligación de celebrarla. Es como si en el campo cultural no existieran conflictos ni tensiones entre autores, público, mercado e instituciones, o como si esos conflictos y tensiones debieran ser disimulados en pos de un bien común. Esta entrevista, en la que Sylvain Bourmeau no piensa como Houellebecq, y en la que se permite marcarle a su entrevistado ciertas contradicciones en su obra y su pensamiento, funciona como ejemplo de que la discusión es más fructífera que la adulación, y de que no hay por qué subestimar a los lectores intentando traficar promoción por información. El día en que desaparezca del periodismo cultural la dictadura de la buena onda estaremos más cerca de concebir artículos como este.