Por: Martín Naranjo
Perú21, 19 de diciembre del 2022
“Nuestras diferencias pueden ser superficiales, de forma, de secuencia o muy de fondo, pero donde corresponde mantenernos unidos es en defensa de nuestras vidas, de nuestra integridad…”.
Escribo esta pequeña columna con el corazón estrujado por lo que está sucediendo en nuestro querido Perú. La violencia, destrucción y pérdida de vidas nos estremece y enluta a todos. Nos entristecen muchísimo la muerte y las heridas de cada uno de nuestros compatriotas, tanto las de civiles como las de cada uno de los miembros de nuestras Fuerzas Armadas y policiales que arriesgan sus vidas y su integridad en defensa de nuestra paz y de nuestra democracia.
Pero atacar aeropuertos, afectar servicios públicos, incendiar instalaciones de instituciones tutelares, destruir propiedad privada, impedir la libre circulación, bloquear carreteras, poner en riesgo la vida, la salud y el sustento de los peruanos no son formas de protesta; son delitos. Son delitos que rápidamente pueden escalar en más amedrentamiento, más heridos y más muertes. Delitos que se originan como corolario de un fallido golpe de Estado, que, a su vez, se origina en abundante evidencia de corrupción en los más altos niveles del Ejecutivo. Delitos que se camuflan dentro de los reclamos y protestas de nuestra ciudadanía y que buscan generar mayor destrucción, mayor desorden, mayores muertes y mayor respuesta de las autoridades. La violencia como forma de acción política es inaceptable, nos perjudica a todos y debe rechazarse desde todo punto de vista. La violencia como forma de acción política tiene como objetivo eliminar el balance de poderes, generar respuestas desproporcionadas y hacernos menos libres socavando los principios de convivencia de nuestra democracia y de nuestro Estado de derecho. Por eso es que es tan importante defender el orden público garantizando el respeto a los derechos de todos.
Los peruanos podemos tener, y de hecho tenemos, muchas diferencias políticas. Claramente, todavía queda mucho por hacer y mucho por mejorar. Nuestras diferencias pueden ser superficiales, de forma, de secuencia o muy de fondo, pero donde corresponde mantenernos unidos es en defensa de nuestras vidas, de nuestra integridad, de nuestra paz, de nuestra libertad y de nuestras instituciones democráticas.
Y es que vivir en democracia no implica solamente elecciones libres. También implica equilibrio de poderes, límites al poder, igualdad de derechos y libertad para todos, para la mayoría y para las minorías y, esencialmente, formas de convivencia pacíficas. Vivir en democracia es primordialmente ser capaces de resolver pacíficamente nuestros conflictos a través del diálogo, la negociación y el compromiso.
Esta coyuntura pone en evidencia, nuevamente, el valor de la unidad de propósito, la trascendencia de la solidaridad, la necesidad de la tolerancia y el diálogo, y, especialmente, la importancia de preservar y mantener vigentes nuestra paz y nuestra democracia para seguir construyendo nuestra patria.