Dos mitos han sido destruidos desde que la izquierda decidió apoyar a Ollanta Humala y legitimar los potoaudios durante la campaña a la alcaldía de Lima. El primer mito es el de la tecnocracia caviar. Los cuadros de izquierda que asumieron el poder y se treparon al carro de Humala han demostrado una incapacidad profunda para la gestión. Qali Warma es el emblema de la inoperancia a nivel estatal. En teoría, los programas sociales, en manos de la izquierda tecnocrática, iban a convertirse en el gran legado humalista, a imagen y semejanza del lulismo. Pero el fracaso de Trivelli y con ella, de la crema y nata de la tecnocracia caviar, demuestra que el paso de intelectual a gestor no ha sido consumado. En la izquierda peruana sobran pensadores y faltan gerentes. Esto es preocupante y muy malo para el Perú.
La cosa se profundiza a nivel municipal. A nadie se le olvida que Susana Villarán sostuvo durante la campaña que un grupo de tecnócratas del «más alto nivel» la respaldaban, hasta el punto de garantizar a sus votantes una gestión de primer nivel («no la voy a cagar», llegó a prometer cuando era candidata). Sin embargo, la realidad ha demostrado que la izquierda también es inoperante a nivel municipal. Si en el Estado repartieron arena y coliformes, en la Municipalidad destruyeron puentes y generaron anarquía. Por eso, los que piden la salida de Castilla carecen de obras para respaldar sus argumentos. No tienen nada que mostrar.
Destruido el primer mito, el de la tecnocracia caviar, el segundo, el de las manos limpias, va cayendo por su propio peso. Sabemos que el marxismo es un sucedáneo, una triste copia, la margarina de la religión. Pero allí donde la religión reconoce la fragilidad de la naturaleza humana, los pontífices caviares, falsos profetas sin obras, son incapaces de admitir la debilidad de su pensamiento y, por tanto, la inconsecuencia de sus acciones. Se niegan a sí mismos al traicionar el juramento de San Marcos, y a esta bajeza la llaman «estrategia». Habría que recordarle a la reserva moral del país que las personas decentes no rompen sus juramentos. Pero esta es una empresa imposible. Capturados por una soberbia maniquea, proclamando la infalibilidad de su activismo, nuestros pequeños heresiarcas disfrazan la venganza de «lucha contra la corrupción», mientras buscan desestabilizar al gobierno. No soportan que Humala sobreviva sin ellos.
Con el escándalo de RELIMA y la agresión a los regidores del PPC el pontificado de la moralina caviar acaba de sufrir otro golpe en su línea de flotación. Que no son tecnócratas ya es bastante obvio. Pero que permanezcan callados ante la incapacidad y el abuso denota su auténtica catadura moral.
Publicado en Correo, 12 de setiembre del 2013