Por: Mario Ghibellini
El Comercio, 25 de enero de 2020
Vamos a cantarles un corrido muy mentado. Y que lo será más todavía en el futuro, porque del episodio biográfico de Julio Guzmán que conocimos el domingo pasado se seguirá hablando por mucho tiempo. O, bueno, quizás no por tanto, pero sí hasta el 2021 y eso es suficiente. Porque para nadie es un secreto que lo que el presunto líder del Partido Morado quiere en esta vida es postular a la presidencia y las imágenes que vimos esa noche en “Panorama” sin duda afectarán tal pretensión.
De seguro tendrán también algún impacto en los resultados del acto electoral de mañana (razón por la cual el corrido ya debe estar siendo mentado por los candidatos morados al Congreso), pero para quien tiene auténtico apetito por el poder estos comicios son apenas un bocadillo. Y los que prestaron atención en el reportaje a la cantidad de comida que el incendio obligó a dejar sin consumir sabrán que, por apetito, Guzmán no se queda.
Inevitablemente lo que más ocupará a quienes comenten la historia en las semanas y meses venideros serán los detalles del ‘rendez-vous’ en el departamento de Ocharán y la evidente circunstancia de que esos globos en forma de corazón no estaban siendo almacenados allí para utilizarlos luego en la ceremonia de clausura de algún congreso de cardiología. Pero en verdad eso no es lo importante. La cuestión no es si Guzmán es valiente y arriesgado en el amor, sino si tiene el coraje y la entereza para liderar –olvídense ya del país– siquiera un partido como pretende. Y en lo que concierne a ese particular, las imágenes del reportaje fueron demoledoras.
—¡A la vela!—
Nos referimos, por supuesto, a la parte en la que lo vimos avisarle a la volada al conserje del edificio que se había desatado un incendio en el tercer piso y ganar rápidamente la calle. No tuvo tiempo de montar en su caballo; eso ya lo sabemos. Pero ni falta que le hizo, porque el hombre se pegó una carrera que bien podría haberle valido un premio en algún clásico de Monterrico.
Pero dejemos por un momento el arrebato veloz para evaluar dos argumentos que se han esgrimido en estos días con el afán de restarle gravedad al episodio. Se ha dicho, por un lado, que el portaestandarte del Partido Morado no tuvo responsabilidad en el origen del fuego y, por otro, que el incendio no fue serio.
Con respecto a lo primero, sin embargo, habría que apuntar que si todo se inició con una vela encendida en el departamento de la cita, la cosa no admite muchas especulaciones. ¿A quién se va a culpar? ¿A la vela?
Y a propósito de lo segundo, es obvio que si los bomberos y la policía hicieron evacuar el edificio y cerraron las calles aledañas para poder neutralizar la emergencia, no estábamos hablando de una chispita fugaz.
Con esos conceptos claros, volvamos ahora al pique que ha hecho leyenda. Según ha sostenido Guzmán, él dejó a la joven con la que estaba almorzando en el lugar donde todavía ardían las llamas para buscar un extinguidor y pedirle ayuda a su “seguridad”, que lo espera habitualmente a las puertas de los sitios a los que acude.
“Salgo, busco y mi seguridad no está. Voy a las dos esquinas para buscarlos porque no estaban estacionados. Y después de minutos lo que recibo es una llamada de la señorita en la que me dice: Julio, todo está controlado”, fue lo que declaró textualmente en la entrevista que dio la noche del domingo en “Cuarto poder”. Una versión de los hechos que merece por lo menos algunas observaciones.
En primer lugar, cabe suponer que su “seguridad” fue despedida ese mismo día, porque, al no estar donde debía, estaba faltando a la más elemental de las tareas que justifican su existencia. Luego, es lícito preguntarse por qué, en lugar de peinar la zona al galope como se ve en los videos, no optó por llamar a sus guardaespaldas desde su celular. Y que no nos vaya a contar que no lo tenía a la mano, pues si, como dice, después de unos minutos recibió una llamada de la señorita a la brasa, es porque lo llevaba en el bolsillo.
Todo sugiere, pues, que lo que vimos en la filmación de las cámaras cercanas al edificio fue una huida antes de que llegasen los bomberos y la policía. Una huida para evitar que su imagen de futuro candidato se viera afectada por la asociación con los eventos ígneos. Y, paradójicamente, fue justo en ese trance que se quemó todito.
—Candidato mercurial—
Para empezar, Guzmán tendrá que lidiar ahora con el problema de la ausencia de coraje que evidenció en aquella escena (la próxima vez que quiera pregonar que ha venido a “tumbar dinosaurios”, la gente se va a reír en su cara, convencida de que, a la primera lagartija, saldrá corriendo como alma que lleva el diablo).
Pero mucho más serio que eso es lo que la fuga ha revelado sobre la manera en que está dispuesto a resolver el dilema entre la vocación de servicio (que supuestamente anima a todo postulante a la presidencia) y la preocupación por cómo luce frente a los votantes. En otras palabras, ha dejado la nítida sensación de que es incapaz de hacer algo realmente útil para el prójimo (como ayudarlo a ponerse a salvo en un incendio), si ello supone que su popularidad se vea mellada. Sin duda, un aplicado discípulo de Vizcarra.
Así, si antes su mayor defecto era la naturaleza mercurial que anunciaba su postura cambiante sobre la consulta previa o los impuestos, ahora parecería haberse transformado en Mercurio mismo (ver ilustración), volando sobre el viento hacia ninguna parte, mientras sus chances de llegar a Palacio se consumen.
Si de verdad salió esa tarde a buscar un extinguidor, todavía no lo consigue.