Por: Mario Ghibellini
El Comercio, 4 de abril de 2020
En esta pequeña columna creemos en la conveniencia del ahorro previsional, pero no en su obligatoriedad. Acumular, en la medida de lo posible, un fondo durante el período productivo de la vida y ponerlo a rentar a lo largo de los años para solo echar mano de él cuando se llegue a la edad del retiro es sin duda una idea razonable. Pero no por ello debería tener el Estado la capacidad de forzarnos a ponerla en práctica. Con esa misma lógica, podría obligar, por ejemplo, a todos los ciudadanos varones mayores de 40 años a someterse anualmente al examen de próstata… y a ver que lo intente.
Lamentablemente, sin embargo, en el Perú la obligatoriedad del aporte con los fines mencionados existe y, en consecuencia, todas las personas que figuran en alguna planilla formal tienen que destinar una parte de sus ingresos mensuales a la ONP o a una cuenta individual que deben contratar con alguna de las cuatro AFP que funcionan en el país. A la fecha, la gente que se ha inclinado por lo primero es aproximadamente 5 veces menos que aquella que lo ha hecho por lo segundo, lo que habla de las ventajas que percibe en esta última opción.
Aun así, hablamos de un mercado cautivo y quienes se dedican al negocio de prestar un servicio bajo esas condiciones tienden a aprovechar la situación no ofreciéndolo a sus clientes al precio que una mayor competencia o la sencilla posibilidad de no adquirir el producto que ellos venden los llevaría a hacerlo.
¿Sucede eso con las AFP locales? Seguramente sí, pero precisamente por esa razón los remedios para el problema tendrían que ser también los arriba señalados. Si el de la desactivación de la obligatoriedad del ahorro pensionario suena improbable, por lo menos el de la oferta de instrumentos distintos a los ya existentes para conseguir lo mismo debería proceder.
Pero mientras tanto, las AFP funcionan con las reglas vigentes, y hostilizarlas desde el poder por eso, si bien es popular, resulta abusivo.
–¡Alucinen!–
Toda esta reflexión inicial, dicho sea de paso, tiene por objeto hacer notar a los que padecen la estulticia binaria que se puede criticar algo sin por ello ser un partidario de la opción completamente opuesta o de quienes la encarnan. Se puede, amigos iluminados, opinar por ejemplo que el cierre del Congreso fue un atropello a la Constitución, sin por ello dejar de pensar que los anteriores parlamentarios conformaron, en su mayoría, una turba deleznable. O censurar los excesos de la autoridad a la hora de reprimir –a cachetadas– a quienes violan el toque de queda, sin por eso estar en contra –sino más bien a favor– de la cuarentena. ¡Alucinen!
Pero regresemos a lo que anotábamos un párrafo atrás. En medio de su intrincado esfuerzo por evitar que el Parlamento aprobase el proyecto legislativo que permitiría el retiro de hasta el 25% de los fondos individuales de las AFP con ocasión de la actual emergencia, el presidente Vizcarra dijo esta semana: “Queda claro que las AFP han tenido un comportamiento que nosotros, como la mayoría de la población, rechaza [sic]. Intereses, comisiones que han sido abusivas y que ameritan una reforma integral del sistema”.
Fabulaciones aparte (¿“intereses” dijo?, ¿cuáles?), un discurso así modulado por el jefe del Estado en un momento en el que, por las circunstancias que vivimos, reúne un poder y un respaldo inusitados constituye una agresión alarmante. La verdad es que no se escuchaba un ataque de ese calibre desde Palacio contra un gremio que ejerce una determinada actividad privada sin faltar a la ley desde que, en 1987, Alan García fue a la carga contra bancos y aseguradoras en su afán de estatizarlas.
Y la prueba de que el abuso está más bien en el ataque del mandatario que en el funcionamiento de las AFP es el terror que las palabras de aquel han producido en los voceros oficiales de estas últimas. Si la prensa les pregunta sobre el particular, ellos tratan, efectivamente, de huir del tema como alma que lleva el diablo. Y solo ante la insistencia de los reporteros, se animan a balbucir que “no comparten” esas expresiones, en lugar de protestar por el vapuleo. Parecerían estar procurándose un sitiecito al lado de la Confiep en un refugio que han descubierto debajo de la cama.
Porque, vamos, ¿no habría correspondido también que, ante semejante embate desde la cima del poder, esa institución dijera algo en defensa de sus agremiados?
–Mucho yeso–
Más allá de esos apocamientos, sin embargo, cabe interrogarse por los motivos del desborde de un presidente generalmente modoso (salvo con el Congreso anterior) y que, según sus propias palabras, no juzga oportuna la iniciativa legislativa en marcha para poder retirar hasta el 25% de los fondos privados. ¿Por qué de pronto se colocó delante de las cuatro empresas dedicadas al giro que nos ocupa para, en uniforme de comando y con un megáfono en la mano, prácticamente vociferarles: “¡Las tenemos rodeadas; será mejor que se entreguen!”?
Pues en esta pequeña columna pensamos que fue para no dejar que el más ruidoso de los parlamentarios empeñados en fustigar a las AFP en medio de esta emergencia le robara protagonismo y popularidad. Nos referimos, claro, al congresista que anuncia en las redes que está esperando a los que defiendan una posición contraria a la suya sobre este asunto (y casi cualquier otro) “parao y sin polo”, y que, cuando los argumentos comienzan a escasearle, no duda en desenfundar la acusación sobre supuestos vínculos de sus objetores con los lobbies de las poderosas empresas que ha decidido hostigar.
“Siéntese un rato, póngase el polo; no vaya a ser que le dé un aire”, provocaría decirle. Pero es obvio que de nada serviría. Mucho yeso.
¿Está enrumbándose por ese mismo camino del populismo sin bridas el presidente? Quisiéramos poder decir que no, pero en la presentación del miércoles frente a la prensa notamos que el polo le incomodaba.
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