Por: María Isabel León, Presidenta de Confiep
La República, 22 de julio de 2019
Recientemente tuve el honor de participar, en Ginebra, de la 108° Reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, como presidenta de la Confiep. La fecha coincidió, además, con el aniversario de los 100 años de esta institución.
La agenda fue muy intensa, principalmente orientada a reflexionar sobre la gran importancia del futuro del trabajo y el diálogo social. Fue muy especial sentir la calidez de la comunidad internacional por ser la única líder empresarial mujer en las organizaciones afiliadas de la región. Lo más importante, sin embargo, fue entender que el futuro del trabajo está profundamente vinculado a la inversión y que esta, a su vez, esta vinculada a la empresa privada y a su genuino compromiso con la generación de puestos de trabajo, riqueza y bienestar general.
Pensando en el Perú y en el ideario de la Agenda País que hace unas semanas presentamos al presidente Martín Vizcarra, esta visión internacional del trabajo me permitió comprender con claridad que nuestra misión como empresarios del siglo XXI es fundamental para garantizar un mundo de paz. La búsqueda de la superación es la esencia del ser humano y en esta búsqueda, los Estado deben ser los agentes que garanticen a los ciudadanos las condiciones necesarias para que, en pleno ejercicio del derecho supremo de la libertad, puedan tomar decisiones adecuadas para alcanzar sus metas y prosperar.
Generar empresa es un desafío enorme que implica no solo el sacrificio de emprender un proyecto, sin saber cómo resultará al final, sino también el de enfrentar, muchas veces, enormes barreras burocráticas e, incluso, incomprensión estatal, arriesgando capitales privados, y, aún, personales. Implica también la aventura de llevar adelante sueños que conllevan la responsabilidad de sumar a otras personas a quienes se debe garantizar condiciones adecuadas de ingresos y beneficios.
El trabajo decente del siglo XXI implica un conjunto de condiciones y retos que no solo se refieren a empresas que cumplan con valores éticos, morales y legales, sino también a trabajadores decentes que aporten esfuerzo, talento y eficacia al desarrollo de los emprendimientos de los que formen parte.
Así las cosas, la trilogía: Estado, empleadores y trabajadores, concebida en el seno de la OIT, se resume en algo muy sencillo y a la vez muy complejo en su esencia: el diálogo entre las partes, el acuerdo y el consenso para poder prosperar hacia una sociedad más justa y mejor, con el compromiso decidido de un Estado moderno que genere las condiciones para crecer, redistribuyendo riqueza y no pobreza, pero garantizando, por sobre todas las cosas, la libertad y la dignidad de los ciudadanos.
Lo aprendido en Ginebra es aplicable al Perú. Tenemos la oportunidad de reconstruir una ciudad más equilibrada en base al diálogo, los acuerdos y consensos. Pero para ello también se necesita una firme decisión política para impulsar las inversiones que generan más trabajo, reactivar la economía, defender la legalidad de los procesos, y generar estabilidad en las instituciones que representan a una nación, en un clima saludable de balance y equilibrio de poderes, que nos permita mirar con optimismo la pronta llegada del Bicentenario de la patria.