Por: María Isabel León
Correo, 7 de marzo de 2021
A pocos días de concluir mi mandato como presidenta de CONFIEP, comienzo a disfrutar la selección de recuerdos con los que elaboraré mi “Memoria” personal, con un recuento minucioso de los “detrás de cámara” que estoy segura, sorprenderán. Liderar un gremio tan relevante como CONFIEP tiene enormes satisfacciones pero, también, momentos de frustración. El honor de haber sido la primera mujer en presidir nuestro gremio, después de 34 años, no solo me llena de orgullo, sino que, además, me compromete con su futuro y desarrollo.
Conciliar las necesidades de 22 sectores distintos de la economía liderados por sus respectivos presidentes, comprender sus problemas y acompañar sus desafíos y necesidades sigue siendo, hasta hoy, un reto enorme. Enfrentar la incomprensión que genera algunas veces un gremio tan grande y con tanto poder, en el que el ideario social nos achaca todas las culpas (propias o ajenas), y nos enfoca como los “millonarios” o los “transnacionales”, restando mérito a que representamos a pequeñas, medianas y grandes empresas por igual, es duro.
Mi trabajo consistió en defender los principios y valores no sólo de la libertad de empresa y de la inversión privada como motor de crecimiento y desarrollo sino, también, los cívicos y democráticos. Me tracé y logré la meta de incluir a la pequeña empresa (de la cual provengo) en el gremio empresarial más importante del país. Viajé por muchas regiones y compartí visiones y planes con pequeños empresarios. Cuidamos las relaciones productivas y transparentes con autoridades de todos los poderes del Estado, y participamos, responsablemente, de distintos espacios donde se planifican políticas públicas y decisiones nacionales. Representar al sector empresarial en distintos organismos internacionales como la OIT, la Organización Internacional de Empleadores, Alianza del Pacifico, Naciones Unidas o gremios empresariales de Iberoamérica fue, en síntesis, una tarea monumental.
Finalizo, satisfecha, la misión cumplida por lograr la gigantesca cadena de solidaridad emprendida por CONFIEP para apoyar al país en esta pandemia, y por haber puesto la cara y el pecho para defender valores y principios sin claudicar y, aunque algunos me acusen por no ceder a la tentación del insulto, del agravio y del destemple fácil, sé que el encanto del ser humano radica en decir frontalmente lo que piensa, con respeto, tolerancia y con buena voluntad. Sigamos remando en la dirección correcta, a pesar del ruido y la violencia ensordecedora de algunos, y esperemos con fe que la dignidad y la cordura regresen a muchos de nuestros compatriotas embotados, hoy, por su propios miedos y fragilidad. ¡Hasta pronto, Confiep!