Por: María Cecilia Villegas
El Comercio, 10 de Abril del 2023
“Para encauzar al Perú hacia el desarrollo no necesitamos un caudillo defensor del libre mercado y la Constitución”.
A la caída del fujimorismo, un aventurero de Cabana tomó un rol estelar en la política peruana. Acompañado por un grupo de “notables” que se autodenominaron la “reserva moral” del país, ofrecieron a los peruanos recuperar los valores y principios perdidos. Nos hablaron de democracia y de una agenda posmaterialista. Ilusamente, muchos peruanos no solo les creyeron, sino que luego, a la luz de los hechos, siguieron defendiéndolos. Pero lo cierto es que desde un inicio supimos bien quién era Alejandro Toledo Manrique, y, aun así, los peruanos lo llevamos al poder.
Antes de llegar a Palacio de Gobierno, supimos, a través de los medios de comunicación, que Alejandro Toledo tenía una hija que no había querido reconocer, y para ello se valió de las más sucias estrategias, como contratar a dos individuos para sostener en el juicio de paternidad que la madre era una mujer de moral ligera. Como no existían en aquel entonces las pruebas de ADN, eso era suficiente para que el juez desestimara el pedido. Sabíamos de las denuncias que por violencia doméstica había presentado Eliane Karp contra él y su suegro. Porque los dos Toledo la habían agarrado a golpes y patadas. Conocimos el Melody y se hizo famosa la suite presidencial. Supimos de su debilidad por el alcohol, las prostitutas y el dinero. Su afición por comer en los mejores restaurantes e irse sin pagar. Sabíamos del dinero que Soros donó y parte del cual apareció en una maleta que llevaba Coqui Toledo a Carolina del Norte, Estados Unidos. Todo esto lo sabíamos e igual lo elegimos presidente del Perú.
Luego, la prensa se encargaría de hacer públicas las facturas que pagaba el Estado Peruano por los arreglos de su casa en La Molina; las remodelaciones de Palacio de Gobierno, para satisfacer los costosos gustos del presidente, pagadas a través de Petro-Perú; los frecuentes viajes presidenciales a Punta Sal, desde donde se lo veía bajar de algún yate cargado por la seguridad del Estado, incapaz de caminar. Las joyas y vestidos de la primera dama, las cuentas de whisky etiqueta azul. Lady Bardales, las cartas al Vaticano y las enormes concesiones otorgadas a cambio de un sencillo. Corrupción, tráfico de influencias y malversación. Y, en lugar de liderar un país, él y sus amigos parrandearon durante cinco largos años a expensas de todos los peruanos. La “reserva moral” venía cargada de intereses privados, de repartija y acuerdos bajo la mesa. Y nos dejaron la célebre frase: “Oiga, Barata, paga carajo”.
Alejandro Toledo es solo la caricatura de un político corrupto que llegó a Palacio para enriquecerse ayudado por sus muy distinguidos amigos, acaudalados empresarios, que le hicieron el favor de canalizarle las coimas que recibió. Encumbrados y notables amigos que hoy, cuando falta muy poco para que Toledo venga a enfrentar a la justicia, deben estar algo preocupados. Pero Toledo es solo uno de los cientos de políticos corruptos que tenemos en el Perú, en todos los niveles de gobierno. Centavos más, centavos menos, llegan a enriquecerse, repartiendo jugosos contratos públicos a cambio de dinero. Y es que, en el Perú, la corrupción es un sistema.
Y aquí cabe la pregunta: si sabíamos todo lo que sabíamos de Toledo, ¿por qué lo llevamos al poder? ¿Por qué los peruanos decidimos pasar por alto la calidad moral de las personas a las que les damos nuestro voto? Y a quienes, en muchos casos, además, financiamos. En un país donde la corrupción aparece como uno de los principales dos problemas que los peruanos debemos enfrentar, ni siquiera nos preocupamos en analizar la calidad moral de las autoridades. Como tampoco cuestionamos, pese a que tres de cada cinco mujeres peruanas serán víctimas de violencia por parte de sus parejas en algún momento de su vida, las denuncias de violencia, maltrato y abandono.
Para encauzar al Perú hacia el desarrollo no necesitamos un caudillo defensor del libre mercado y la Constitución. Necesitamos ejercer ciudadanía, y eso implica participar en política de manera activa y responsable. Necesitamos también sanción social y liderazgo. Si no nos atrevemos a levantar la voz y cuestionar, seguiremos rodeados de Baratas, Toledos y sus buenos amigos.