Por: Maite Vizcarra
El Comercio, 2 de mayo del 2024
“La posibilidad de crear memoria colectiva, mejor aún, legado colectivo hoy es muy fácil con el uso de herramientas digitales que nos han de convertir en el ciudadano ideal”
Estamos en el año 2050. ¿Qué ve usted a su alrededor? ¿Cómo está la gente? ¿Cuál es el sistema político imperante? ¿Existe finalmente un ecosistema político sano?
Si todo lo que le ha venido a la cabeza tiene mucho más que ver con la serie de Netflix “Black Mirror” o el apocalipsis antes que con un Perú viable, democrático e igualitario, debe saber que no es casualidad. Piénselo bien, ¿cuántas series, películas o libros futuristas se enmarcan en un futuro distópico? El catastrofismo apocalíptico es el pan de cada día en muchas partes del globo. Y razones para ello la refuerzan: se habla incluso de que estamos ya en medio de una Tercera Guerra Mundial.
Sin embargo, la complacencia de la vida pasiva y el conformismo ante esos escenarios no nos debe ganar, porque, a diferencia de lo que sucedía 30 años atrás, hoy el impacto de la digitalización nos permite en verdad ser lo que ya sugería el siglo pasado Jürgen Habermas.
Siguiendo el camino abierto por Habermas –para quien la participación política no es otra cosa que “una práctica común solo a través de cuyo ejercicio los ciudadanos pueden llegar a ser aquello que ellos mismos desean ser: sujetos políticamente responsables de una comunidad de personas libres e iguales”–, existe una serie de nuevas aproximaciones de lo que implica ser un ciudadano en el siglo XXI y de cómo ejercer ese rol. En concreto, se trata de construir espacios de escucha y, seguido a pie juntillas, de diálogo.
Pero no se trata de cualquier diálogo al estilo de esos rituales en los que el monólogo o el festival de egos es la tónica imperante. Se trata de practicar lo que se llama un diálogo innovado. El diálogo innovado nos ayuda a saber observar y saber reconocer quiénes deben ser escuchados, cuál es la mejor manera de escuchar y cómo es posible comunicar de forma más creativa –alguien habló de estrategias transmedia, redes sociales y ‘crowdsourcing’– para que nuestras propuestas como sociedad civil sean escuchadas.
Para poder diseñar el futuro esperanzador que queremos, primero debemos ser capaces de imaginarlo. “El progreso es la realización de las utopías”, decía Oscar Wilde. “La utopía sirve para caminar”, añadía Eduardo Galeano. Por eso, desde esta esquina se reivindica el poder de la innovación para transformar instituciones totémicas como la democracia y abrirlas a nuevos mundos. Mundos que se comprometen con el fomento de la movilización ciudadana desde el potencial accionador de un nuevo ciudadano, que puede proponer y, aún más, diseñar su futuro a través del seguimiento de los grandes acuerdos (¿alguien dijo “mapas de ruta ciudadana”?).
Y resulta que, como nunca en el Perú, se están dando a la fecha esfuerzos paralelos vinculados a la disciplina del diálogo, pero que, al parecer de quienes han sido parte de ellos a la fecha –según comentan–, corren el riesgo de caer en más de lo mismo.
¿Cómo evitar que esa nueva ola deliberativa se pierda y quede tan solo en un ‘momentum’? La respuesta la encontramos en esos instrumentos del diálogo innovado que mencionaba antes. La posibilidad de crear memoria colectiva, mejor aún, legado colectivo hoy es muy fácil con el uso de herramientas digitales que nos han de convertir en ese ciudadano ideal de Habermas. Les toca a los promotores de los diversos esfuerzos de diálogo revisar ese nuevo enfoque. Buen provecho.