Maite Vizcarra
El Comercio, 20 de junio del 2024
Además, la competitividad está muy emparentada con otros dos términos que también andan flacos en el Perú: empleo y productividad.
Que mandatarios de vertientes ideológicas tan distantes como Gabriel Boric y Javier Milei hablen del impacto de la inteligencia artificial (IA) o, más concretamente, anden en giras globales tratando de cazar oportunidades para el desarrollo de sus países solo nos dice que el líder político que no se interese en el tema está al menos confundido en la ruta del mapa al progreso en el siglo XXI.
Boric ha dicho que la IA tiene un enorme impacto emancipador en la vida de las personas y Milei se ha reunido con el mismísimo CEO de la empresa Open AI –los creadores de ChatGPT– para encontrar espacios de mejora en la educación argentina.
Estas acciones no son meras poses, sino el claro reconocimiento de que, como naciones, estamos enfrentando un desafío enorme ante una tecnología que cambiará nuestra forma de ser humanos en brevísimo plazo. Pero el impacto de esta tecnología no significará nada si no tenemos un contexto propicio en el que se establezca.
Y es aquí donde palabras como “competitividad” se vuelven tercamente ineludibles, con mayor razón si asumimos que el Perú ya se afincó en el triste club de los más rezagados del mundo, según recientes actualizaciones del tema: el ránking de competitividad mundial del Institute of Management Development (IMD) de Suiza y Centrum. Así, dentro de la muestra de esta medición, solo superamos a cuatro países en el mundo: Nigeria, Ghana, Argentina y Venezuela.
Pero ¿qué es la competitividad y cómo se logra? El término se utiliza en economía para referirse a las capacidades que tienen los países de atraer inversión y generar empleo. Para esto, se deben tener varios elementos en cuenta: salud, infraestructura, educación e innovación.
Además, la competitividad está muy emparentada con otros dos términos que también andan flacos en el Perú: empleo y productividad. Indicadores como los que se han revelado estos días evalúan estos aspectos con foco en la capacidad de generar mayores niveles de competencia entre los actores de los distintos mercados, tanto públicos como privados.
Entonces, se logra mayor competitividad cuanto mayor nivel de competencia hay. Cuanta más equidad y menos monopolio existan, y cuanto mayor número de empresas productivas haya. Todo esto desde el plano desiderativo. Años atrás, en el Perú, la competitividad también se había convertido en un tema de agenda relevante y tenía en instituciones como el Consejo Nacional de Competitividad y algunas iniciativas privadas como las que enarbolaba IPAE su correlato ejecutor. Si bien entonces el objetivo era mejorar nuestra posición en los ránkings del Foro Económico Mundial, hoy los esfuerzos tendrían que dirigirse a desarrollar un ‘shock’ de acciones que permitan paralizar la destrucción de nuestras capacidades productivas.
Seguramente habrá muchas medidas que implementar para mejorar nuestra competitividad, pero esta vez, desde esta esquina, solo vamos a abogar por dos en las que se puede escalar con rapidez:
Primero, apoyar las políticas de innovación. Las empresas y los emprendimientos deben estar preparados para una mayor competencia, tanto nacional como internacional. Esto requiere políticas que las estimulen a innovar y ascender en la escala tecnológica para que puedan competir, adoptar nuevas técnicas y crecer. Claramente, los resultados logrados a la fecha en varios sectores del país son insuficientes considerando la baja productividad que las acompaña.
Y, segundo, mejorar las capacidades de gestión de las empresas y emprendedores para identificar nuevas oportunidades, desarrollar planes de negocios y estimular a los trabajadores.
Probablemente, estas sean medidas mínimas para implementar, pero las circunstancias nos demandan priorizar lo más evidente.