Maite Vizcarra
El Comercio, 3 de abril del 2025
“La inclusión de algunas imágenes originales creadas por Miyazaki bajo el ya global estilo de su casa creativa llamada Estudio Ghibli, en la última versión del ChatGPT 4, ha desbordado todas las expectativas”.
Hubo una generación de niños en el Perú que todas las tardes se sentaba frente a las pantallas de sus televisores para ver la historia de un pequeño niño que “vivía en una humilde morada, de un pueblo italiano al pie de las montañas” y que buscaba a su mamá. La serie de anime “Marco” acompañó la infancia de muchos y alcanzó amplios niveles de popularidad que seguro pusieron muy feliz a su creador, Hayao Miyazaki. Pero la vida es paradójica, pues hoy nuevos animes de Miyazaki se han vuelto más que populares, volviéndose un verdadero virus de las redes sociales, gracias al uso de la IAGen y que, a diferencia de lo que pasó con “Marco”, son un verdadero dolor de cabeza para el creador japonés.
La inclusión de algunas imágenes originales creadas por Miyazaki bajo el ya global estilo de su casa creativa llamada Estudio Ghibli, en la última versión del ChatGPT 4, ha desbordado todas las expectativas. Políticos, académicos, artistas y seguramente sus familiares, amigos o usted mismo, nadie ha escapado a la tentación de transformar imágenes en un anime estilo Ghibli. La ghiblización de la realidad digital viene invadiendo por estas horas muchos lugares del Internet, además de plantear dos cuestiones problemáticas que se volverán recurrentes cuanto más presente sea la IAGen en nuestras vidas.
Primero está el tema de la propiedad intelectual y la controversia ética detrás de la reproducción de estas imágenes. Desde el punto de vista legal, se sabe que el ‘estilo’ artístico como tal no está protegido por los derechos de autor, al menos no en sí mismo. La ley protege expresiones concretas, no ideas, técnicas, métodos ni estéticas generales. Esta distinción es fundamental para preservar la libertad creativa: si las ideas o los estilos fueran objeto de protección exclusiva, estaríamos bloqueando el desarrollo del arte, la ciencia y la innovación. Pero la forma en que las inteligencias artificiales son entrenadas –usando obras preexistentes de artistas sin permiso– sí plantea preguntas incómodas sobre esas formas que vuelve de dominio público una creación que antes era singular.
Segundo: ¿qué lleva a tantas personas, en contextos tan distintos, a querer verse reflejadas en este estilo estético particular? Hay algo más profundo operando aquí, relacionado con nuestra naturaleza humana. Se puede ensayar una respuesta que nos lleva a la neurociencia y a las llamadas “neuronas espejo”, que son las responsables de que sintamos empatía o que, al ver a alguien sonreír, inconscientemente queramos sonreír también. La ghiblización creada por una inteligencia artificial ha terminado por validar nuestra naturaleza social como especie, acercándonos con la idea de quiénes podríamos ser en ese universo naif de Miyazaki. Es un reflejo de lo que queremos proyectar: una versión idealizada de nosotros mismos, pero lo suficientemente familiar como para seguir siendo reconocibles.
La inteligencia artificial está aquí para quedarse, y con ella vendrán muchas preguntas legales y éticas que aún no sabemos cómo responder. Pero, mientras tanto, también nos recuerda que la IA solo potencia lo que somos finalmente como humanos, lo bueno y lo malo. En este caso, la ghiblización potenció ese humano afán de parecerse al otro, aunque fuese vía un cómic.