Maite Vizcarra
El Comercio, 17 de abril del 2025
Si no queremos que el DNI 3.0 se quede en un holograma de presentación, hay que trabajar también en una agenda integral de ciudadanía digital.
¿Puede un documento de identidad cambiar un país? Cuando viene con chip electrónico y visión de futuro, la respuesta puede ser sí. El nuevo DNIe 3.0 llega para recordarnos que existir oficialmente aún es un privilegio en el Perú. Y que no debería serlo.
Hay cosas que parecen obvias hasta que alguien las dice con la suficiente convicción como para recordarnos por qué importan. Que la identidad no es un trámite, sino un derecho, es una de ellas. Porque el DNI no es solo una tarjeta de plástico (o policarbonato, para ser más exactos), sino la llave maestra para acceder a todo lo que debería garantizar un Estado funcional: salud, educación, justicia y no sólo el sufragio. Esta semana, con esa convicción, la jefa del Reniec, Carmen Velarde, hacía énfasis en el sentido que debe tener la identidad digital en el siglo 21 y a propósito de la presentación del nuevo DNI electrónico en su versión 3.0.
Ahora, admitámoslo. No todos los días una presentación de este tipo logra ser emocionante. Pero en este caso había razones para entusiasmarse. Porque no estamos hablando solo de chips y llaves criptográficas –aunque el salto de 15 a 64 sí que es digno de una ovación ‘geek’–, sino de una promesa que, si se cumple, puede cambiarles la vida a millones de personas: firmar documentos desde casa, hacer trámites sin filas ni frustraciones, votar desde el celular. Una promesa que no suena lejana ni futurista, sino tangible. Palpable. Urgente.
El Perú no siempre ha contado con un sistema moderno de identificación. De hecho, el Documento Nacional de Identidad –tal como lo conocemos hoy– recién fue establecido en 1996. Lo que existía antes de eso era la libreta electoral expedida por el JNE y enfocada exclusivamente en el derecho al voto.
Es decir, por décadas, la identidad oficial de una persona estaba ligada a su capacidad de sufragar, no a su ciudadanía integral. No sorprende, entonces, que durante tanto tiempo millones de peruanos hayan vivido al margen del registro civil, sin papeles y, por tanto, sin acceso pleno a derechos básicos. En ese contexto, cada paso hacia un documento más completo y accesible no es menor: es una forma concreta de cerrar brechas históricas.
Y, la tecnología por sí sola, no hace magia. Pero cuando se combina con una visión de país –esa rara avis en la política local–, puede mover estructuras oxidadas y hacerlas girar en otra dirección. Que el Perú tenga hoy el documento de identidad más seguro de Latinoamérica, al decir de la señora Velarde, no es un detalle técnico: es una señal de que, al menos en este frente, hemos decidido jugar en las grandes ligas.
Eso sí, hay que decirlo con claridad: no basta con lanzar un super DNI frente a las redes sociales. El verdadero desafío viene después. ¿Están listas las entidades públicas para integrarlo en sus procesos? ¿Podrá un ciudadano en Putina o en Contamaná acceder a los beneficios digitales de la misma forma que alguien en San Isidro? ¿Se va a enseñar en los colegios lo que significa tener identidad digital, y cómo ejercerla de manera segura? Si no queremos que el DNIe 3.0 se quede en un holograma de presentación, hay que trabajar también en una agenda integral de ciudadanía digital, más interoperabilidad y servicios públicos digitales.