Por: Maite Vizcarra
El Comercio, 31 de agosto del 2023
“Esa excesiva exposición narcisista ha dado lugar a que indeseables puedan usar las muchas fotos, videos y cualquier contenido que compartimos para fines tóxicos, cuando no delictivos”.
Meses atrás, el reconocido doctor Elmer Huerta compartió con su audiencia un audio en el que advertía que él no se dedicaba al anuncio de “inservibles productos”. Su declaración hacía alusión a un tipo de fraude muy extendido en sitios de Internet que consiste en usar la imagen o fotografía de un personaje famoso para prácticas de naturaleza comercial.
Pero la tecnología evoluciona rápidamente y del mero uso de una imagen hemos saltado a la era de las falsificaciones hiperrealistas o las llamadas ‘deepfakes’, que son contenidos multimedia –voz y audio– que emulan con bastante fidelidad la identidad de una persona –su apariencia física, sus gestos y su comunicación no verbal–, incluida su voz.
¿A quién le podría interesar emular la identidad de las personas? Convengamos en que, en sus inicios, el blanco favorito de los creadores de ‘deepfake’ recaía en personajes famosos a los que primero se buscaba fastidiar para crear sorna. Pero pronto este uso se transformó y se dirigió al mercado de la pornografía. Desde mediados del 2015 empezaron a volverse famosos videos trucados en donde se podía ver a actrices populares actuando en videos pornográficos en los que jamás habían participado.
Nacía así el lucrativo mercado del porno ‘deepfake’ –solo en el 2018 los cuatro principales sitios web de este tipo de porno recibieron 200 millones de visitas, muchas de las que pagan hasta US$50 para ver las imágenes sintéticas– que, si bien empezó defraudando la identidad de celebridades, pronto empezó a incluir la identidad de muchas personas comunes y sin su consentimiento.
Hay que recordar siempre que Internet es un lugar amplio y público, donde también hay silos en los que se comparte contenido nada egregio. Muchos de esos contenidos basura abundan en lo que se conoce como la ‘dark web’ o la Internet más oscura, muy frecuentada por delincuentes y vasto en contenido prohibido y actividades turbias.
Esa otra Internet fue hasta hace poco el lugar preferido de quienes se dedicaban a consumir porno ‘deepfake’, pero hoy ya se pueden compartir estos productos en lugares de Internet a los que todos accedemos vía un buscador simple. Peor aún, el caso de la escuela de Chorrillos en donde se descubrió una banda de adolescentes creadores de porno de este tipo solo confirma que hoy hasta un adolescente de 12 años puede ser parte de este mercado. Tristemente.
Antes he citado aquí a Jarett Kobek, escritor estadounidense-turco que se hizo célebre por una novela –”I hate Internet”– que predecía una relación tóxica entre la humanidad e Internet. Y parece que no se equivocaba.
¿Qué es, en realidad, lo que seduce a grandes sectores de la población a creer que la vida no está bien vivida si no se la “comparte” con individuos que son, probablemente, totales desconocidos? ¿Por qué las personas no abandonan interacciones electrónicas que las hacen sentir crecientemente inferiores, humilladas, enojadas o simplemente vacías?
Esa excesiva exposición narcisista ha dado lugar a que indeseables puedan usar las muchas fotos, videos y cualquier contenido que compartimos para fines tóxicos, cuando no delictivos. Y sin necesidad de bajar al inframundo de Internet.
Tener una relación tóxica con la web nos tiene que hacer conscientes de que hoy todos podemos ser pasibles de mucho ‘deepfake’ pues, además, crear esos contenidos es simple y, en muchos casos, gratuito. Basta con que se baje una aplicación en su celular o computadora para empezar a editar la identidad de quien usted desee. Tan solo se necesitan algunas fotos –de perfil y de frente– y el audio de su voz que se puede conseguir de las redes sociales, donde usted comparte su vida y poco menos.
¿Tenemos que asustarnos de este Internet cada vez más tóxico? Mi sugerencia es la de siempre: trate de regular su intimidad de la mejor manera. No le abra su intimidad al mundo con tanta facilidad, que usted también puede terminar en algún ‘infoducto’ no deseado.